Elecciones Serbia 2016: El síndrome del cangrejo
- JORDI CUMPLIDO
- 26 abr 2016
- 8 Min. de lectura

2014 2016
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Partido Pogresista - SNS 158 131
Partido Socialista -SPS 44 29
Partido Radical Serbio - SRS 0 22
Partido Demócrata - DS 19 16
Partido Social Democrático
y Partido Liberal Democrática – SDS y LDP 18 13
DSS – Dveri 0 13
Con motivo de uno de mis últimos viajes a Belgrado, pregunté en una entrevista personal a la histórica líder comunista, y desde hace muchos años referente de la Otra Serbia, Latinka Perović, por qué había fracasado la transición serbia, y su respuesta fue: «¿Qué transición? Nunca hubo transición». Había reflexionado mucho antes sobre esa sentencia, hasta llegar a conclusión de que, en efecto, nunca se inició en Serbia una transición democrática como tal y que lo que hubo el 5 de octubre de 2000, fecha en la que el régimen de Milošević se desmoronó ante las movilizaciones populares, fue una transacción política entre élites, que condicionó para siempre el pretendido desarrollo de la normalidad democrática.
El pasado domingo 24 de abril el partido de Aleksandar Vučić, el Partido Progresista Serbio (Srpska Napredna Stranka, SNS), revalidó su mayoría absoluta en las elecciones anticipadas. Más allá de eso, Vučić ha conseguido su objetivo principal: aplastar a una oposición anémica que se hunde irreparablemente y allana el paso a las fuerzas extremistas y derechistas, que vuelven a sacar la cabeza en una Serbia sin rumbo. Serbia tiene la síndrome del cangrejo: avanza caminando hacia atrás.
UN AVAL AL UNIVERSO VUČIĆ
Aleksandar Vučić llegó a la política serbia como un veinteañero enérgico, socializado en los ambientes del hooliganismo en torno al equipo de sus amores, la Estrella Roja, en un momento, la Serbia de los noventa, en el que la radicalización de los ultras del fútbol fue utilizado para canalizar el discurso y la acción del programa nacionalista de Milošević. Sin embargo, aquel joven mostró capacidades más allá de esa fuerza de choque ultranacionalista, y fue rápidamente cooptado por la élite política del extremista Partido Radical Serbio que acababa de formar Vojislav Šešelj. Su evolución fue meteórica, hasta que en 1998 Slobodan Milošević le dio la cartera ministerial de Información, cargo durante el cual convirtió el estado serbio en un paraíso de la censura y la persecución física y moral contra los periodistas críticos con el régimen. Aún hoy se le sigue acusando de ser autor indirecto de la muerte del periodista Slavko Ćuvrija, cuyo asesinato simbolizó, con independencia de la vinculación directa o no del actual primer ministro serbio, la oscura etapa de Vučić en el ministerio de Información durante los años más duros del miloševićismo.
Tras los resultados del pasado domingo, ilustres analistas políticos del país han denunciado la irregularidad de las elecciones, y la censura a que han sido sometidos los partidos de la oposición. Pero de hecho, no debería tomarse ese caso como algo concreto, sino más bien como la expresión de un proceso de desmantelamiento sutil pero concienzudo del aparato democrático del estado. Y como Milošević, Vučić comprendió desde su ascenso al poder, en 2014, que la mejor manera de controlar todos los resortes del estado es controlar los medios de comunicación y acabar con el tejido social. Desde entonces, numerosas organizaciones han denunciado la reiterada violación de los preceptos democráticos por parte del gobierno y en 2015 un informe de la Comisión Europea señalaba las carencias en el estado de derecho y los resultados económicos, así como la represión y el silenciamiento hacia las organizaciones no gubernamentales, los medios de comunicación y la sociedad civil.
La Serbia de Vučić reproduce, en su trasfondo, el esquema de funcionamiento del estado serbio de los noventa. ¿Cómo? En Serbia el sector de los medios de comunicación, que ha sido privatizado solo en parte y de forma caótica, sigue siendo financieramente insostenible, lo cual lo convierte en vulnerable frente a los chantajes del poder. Según el informe emitido en 2015 por World Association of Newspaper and News Publishers, «las instituciones estatales y las compañías del estado, que son la principal fuente de financiamiento de los medios, entran a veces en operaciones ilegales que distorsionan la competencia y crean un mercado disfuncional. La asignación partidista de la publicidad gubernamental, los subsidios y las licencias, así como la desequilibrada tasa de tratamiento informativo, son los mecanismos de censura blanda (soft censorship) utilizados por el gobierno para influenciar en los editoriales».
Cualquiera que se mueva durante un tiempo considerable por cualquier ciudad serbia, y escuche la radio o vea la televisión, notará de inmediato hasta qué punto el gobierno y sus bondades ocupan la mayor parte del tiempo en los medios. Vučić, como símbolo de lo que representa el SNS y su proyecto, se ha convertido en un premier omnipresente.
Pero entonces, ¿por qué occidente no lo denuncia con la misma vehemencia con la que criminalizó al régimen de Milošević?
Quizás tenga que ver con el hecho de que, en 2008, ante el ascenso imparable de la extrema derecha serbia y la insoslayable disyuntiva Kosovo-Bruselas, Estados Unidos y la Europa boyante untaran a algunos de los líderes del Partidos Radical Serbio para que provocaran una escisión en el mismo. El resultado fue la creación, en otoño de ese año, de una nueva organización, el Partido Progresista Serbio, comandado por los números uno y dos de los radicales, Tomislav Nikolić y Aleksandar Vučić, con postulados pro-europeístas, democráticos y con un nacionalismo blando.
Desde entonces, Washington en particular ha estado financiando y loando a ese partido que, en consecuencia, no ha parado de crecer hasta hegemonizar el mapa político del país: en 2012 Nikolić ganó las presidenciales; en 2014 Vučić ganó las parlamentarias. Dicho de otro modo, lo que con Milošević era un estado dictatorial inaceptable al que había que combatir, en la Serbia de Vučić es un estado campeón en derechos humanos y desarrollo democrático al que hay que premiar —no fuera que, por algún capricho democrático, se arruinara el proyecto económico de depravación de la economía local que defiende el perro de paja de occidente.
De hecho, las presentes elecciones, en las cuales la oposición política ha sido silenciada bajo la censura gubernamental, se han planteado subliminalmente a la opinión pública como un plebiscito de corte cesarista: Vučić sí, Vučić no. Aunque ha perdido algo de fuelle, Vučić sale airoso y, de los que fueron a votar, casi la mitad lo hizo por él. Entonces cabe preguntarse qué grado de madurez ha alcanzado la sociedad serbia, y si de algún modo tres décadas de destrucción moral y ética han servido para inocular en el ADN social serbio el menosprecio por los mínimos democráticas y ya se asume como normal lo que en cualquier país normal sería denunciado como una agresión a la libertad de sus ciudadanos.
EL ASCENSO DE LOS RADICALES Y EL HUNDIMIENTO DE LA OPOSICIÓN
Pero fuera del caso concreto del SNS, otro dato pone realmente los pelos de punta: si tomamos los principales partidos que pueden considerarse herederos de la derecha y la extrema derecha nacionalista (SNS, SPS, SRS y DSS-DS) vemos que suman un 72% de los votos. Y lo que es aún más preocupante: con la caída de los votos del SNS, lo que da esa abultada cifra es el increíble aumento del Partido Radical Serbio (Srpska Radikalna Stranka, SRS) y la coalición del nacionalista-conservador Demokratska Stranka Srbije (Partido Democrático de Serbia, DSS) con la organización fascista Dveri (Dignidad).
Vayamos por partes. El Partido Radical Serbio fue fundado en los años noventa por Vojislav Šešelj, quien intentaba reconstruir el histórico movimiento ultranacionalista serbio —el movimiento četnik. Raso y corto, lo que pretenden los četniks durante la primera mitad del siglo XX, y luego el SRS en los noventa, es limpiar étnicamente las zonas de Croacia, Bosnia y Kosovo donde hay minorías serbias e incorporarlas a un gran estado serbio. Con un discurso especialmente radicalizado y agresivo, Šešelj organizó unidades paramilitares para combatir en Croacia en 1991, y en Bosnia en 1992, y el Tribunal Penal Internacional por la antigua Yugoslavia (TPIY) emitió una orden de búsqueda y captura que culminó con su detención en 2003.
Desde entonces, Šešelj centró todos sus esfuerzos en destruir al tribunal de La Haya, mientras su partido, en manos de Nikolić y Vučić, iba desmarcándose de ese discurso más radical y étnico para construir un discurso más suave y centrado en el proteccionismo económico y la solidaridad nacional. Durante ese tiempo, de 2003 a 2008, la figura de su líder encarcelado en La Haya se fue volviendo más y más incómoda, pero cuando se produjo la escisión Šešelj volvió a emerger como el gran líder de la Serbia patriótica. Eso sí, el éxito del nuevo partido pro-europeísta fue erosionando la organización radical, que en su particular travesía por el desierto, acabó como un partido marginal relegado a la nostalgia de un pasado que no podía volver. ¿O sí?

En noviembre de 2014, el TPIY dio una baza importante al SRS liberando a Vojislav Šešelj por cuestiones médicas. Desde entonces, este se ha dedicado con notable éxito a reconstruir su partido, fortalecerlo, darle discurso y, aprovechando el tirón de su salida de la cárcel, proyectar su imagen en pública con continuas demostraciones de fuerza llenando las calles de las principales ciudades serbias en manifestaciones al más puro estilo patriótico.
El SRS ha llegado a esas elecciones con un ímpetu evidente y, desde luego, la desastrosa marcha de las reformas económicas planteadas por Vučić allana el camino para ese discurso de protección de los ciudadanos serbios en torno a un programa de solidaridad social-nacional. Así ha pasado el partido de 0 representantes a 22, en solo dos años.
No menos impactante es el ascenso del DSS, que ha pasado de ser una fuerza marginal hace dos años al 5% el pasado domingo. Eso supone un 5% de electores que avala las tesis ya no del DSS, histórico partido nacionalista y conservador pero que encabezó la oposición a Milošević en el 2000, sino de su incómodo compañero de viaje, la organización extremista Dveri, que nació en la última década en el ecosistema de revitalización del fascismo más combatiente en la línea de las organizaciones patrióticas y cristianas 1389 o Obraz, cuyos programas incluyen propuestas racistas y homófobas sin ningún tipo de reservas.
Frente a eso, ¿qué queda? Diecinueve diputados demócratas. Es cierto que la oposición política, crítica con el autoritarismo del gobierno y portadora de los valores democráticos, ha sufrido las consecuencias de la censura, pero también hay que hacer autocrítica. Una crítica de fondo que nos lleve a cuestionarnos porque desde la coyuntura 2012-2014 el liberalismo democrático en Serbia se ha fragmentado hasta llegar a una indigerible sopa de letras. Una crítica que nos fuerce a preguntarnos por qué líderes del potencial de Čedomir Jovanović, Zoran Živković, Latinka Perović, Mladan Dinkić y Boris Tadić, por ejemplo, prefieren salvar su pequeño espacio de poder en partidos inocuos incapaces de mostrar un proyecto común que ponga las ideas de la libertad y el estado de derecho por encima de sus intereses particulares.
Como en 2000 se asumió la necesidad irrenunciable de abandonar las diferencias de una oposición carcomida por los egos individuales, lo cual derivó en la Demokratska Opozicija Srbije (DOS) que derrotó a Milošević, del mismo modo urge que los principales líderes de la Otra Serbia, la de las libertades y los derechos, abandonen sus diferencias y sus pequeños cortijos para ensamblar una plataforma unitaria que vuelva a mandar un mensaje común de ilusión para los serbios; para una Serbia moderna y desarrollada que deje atrás la sociedad patriarcal de los valores nacionalistas y reaccionarios para mirar hacia el futuro, en un proyecto integrado al mundo para la superación de la crisis política, económica y social que carga en sus espaldas desde hace ya demasiadas décadas.
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