Serbia frente a su pasado. Justicia transicional y responsabilidad colectiva (2000-2003)
- Jordi Cumplido.
- 26 mar 2016
- 13 Min. de lectura

Radovan Karadžić ha sido condenado a 40 años de cárcel por el Tribunal Penal Internacional por la ex Yugoslavia, en relación con la masacre cometida en el enclave musulmán de Srebrenica, en la Bosnia oriental, en julio de 1995.
* * *
El 15 de setiembre de 1999 el periodista Dragan Vitomirović relató en una publicación local los macabros sucesos reportados por un testigo habitante del pueblo serbio de Tekija: “Dos o tres días antes del inicio de la guerra [de Kosovo] se encontró un camión frigorífico en la orilla del río Danubio no muy lejos de Tekija, y cuando este fue abierto, de él cayeron cadáveres humanos. (…) La gente empezó a amontonarse en el lugar, y luego llegó la policía, bloqueó el acceso, y mandó a la gente a sus casas. Pronto llegó una grúa, los cadáveres fueron repuestos en el camión y este siguió su camino hacia Tekija” (1).
Los habitantes de la pequeña localidad conocían los hechos, pero el caso fue silenciado por el ministerio de Defensa serbio hasta que dos años después la misma revista recuperaba la historia, al tiempo que ésta saltaba a la prensa nacional e internacional solo un mes después de la extradición de Milošević a La Haya. El mismo periodista aseguraba que “está claro que la policía, los fiscales, el juez instructor y la élite de la mafia serbia habían sido informados del suceso y decidieron encubrir el caso (…) cuando se reveló que los 50 cuerpos eran de Kosovo” (2). Este caso fue, en 2001, un punto de inflexión en la conciencia serbia acerca de la gravedad de lo que había sucedido en el pasado más reciente y marcaría el inicio de un debate acerca de como enfrentar ese pasado en el nuevo período post-Milošević abierto en octubre de 2000. El presente artículo analiza el papel de la justicia internacional en la ex Yugoslavia y el proceso de catarsis de la sociedad serbia desde la caída del régimen de Milošević hasta el asesinato del primer ministro Zoran Djindjić el 12 de marzo de 2003.
I. Justicia penal internacional y Nuevo Orden Mundial
El 3 de julio de 2001 el ex presidente Slobodan Milošević comparecía por primera ante la corte del Tribunal Penal Internacional por la ex Yugoslavia (TPIY), en La Haya. La imagen generó un impacto en el mundo y, por supuesto, en Serbia: era el primer presidente de un país sentado en el banquillo de un tribunal internacional, lo que para muchos representaba la imagen de Serbia juzgada por el mundo. En las potencias occidentales se desató la euforia por lo que representaba de triunfo del mundo libre contra los tiranos que en el mundo amenazaban la libertad y la democracia. Pero en su primera intervención, Milošević lanzó desafiante un misil a la línea de flotación de la corte:
Considero este tribunal un falso tribunal, y esta acusación una falsa acusación. Es ilegal, al no haber sido nombrado por la Asamblea General de las Naciones Unidas, por lo tanto no necesito nombrar a un abogado para un órgano ilegal. El objetivo de este juicio es producir una falsa justificación para los crímenes de guerra cometidos por la OTAN en Yugoslavia (3).
Que Milošević cuestionara la legitimidad del tribunal en ese preciso momento era crucial, porque reabría el debate acerca de los tribunales ad hoc (4) y el planteamiento general de la nueva doctrina del derecho penal internacional inaugurada tras el fin de la Guerra Fría. De hecho, esa misma doctrina se enmarcaba en una ideología transversal mucho más relevante y emanada de la hegemonía norteamericana tras la caída del bloque soviético: el New World Order (NWO).

Esta es la teoría de John Laughland, que asegura que el juicio a Milošević no fue más que la consumación del concepto de Nuevo Orden Mundial, idea original del presidente de la URSS, Mihail Gorbachov en 1988, y recogida por el presidente norteamericano George Bush en 1990, y que se basaba en la supresión de la política de bloques y el nacimiento de un nuevo sistema político internacional regido por la integración económica, el refuerzo de las Naciones Unidas, y la cooperación (5). La tesis de Laughland es que el Nuevo Orden Mundial se fundamentaba en la intervención internacional en los fenómenos de implosión que siguieron al fin de la Guerra Fría, y estos tuvieron Iraq y Yugoslavia como escenarios de ensayo.
En ese contexto, la creación del primer tribunal penal internacional después de la segunda guerra mundial, tenía una importancia fundamental en el apuntalamiento de esa nueva concepción de las relaciones internacionales. Aunque se insistió en señalar una solución de continuidad en el TPIY respecto el Tribunal Militar Internacional (los llamados juicios de Nuremberg) instituido el 8 de agosto de 1945 para juzgar a los líderes del nazismo, en realidad el TPIY invertía el concepto del derecho penal internacional fundado por las Naciones Unidas en Nuremberg y que rigió las relaciones entre las naciones del mundo durante la Guerra Fría. Veamos por qué.
En contra de lo que se piensa, más que juzgar el Holocausto, lo que hizo el Tribunal de Nuremberg fue acusar a los nazis de haber iniciado una guerra de agresión que atentaba contra la paz en el mundo; es decir, no se establece el concepto de “crímenes contra la humanidad” sino de “crímenes contra la paz”. El eje que vertebró los juicios fue siempre la “soberanía nacional”: el peor delito que podía cometer el líder de un estado contra otro estado era violar su soberanía nacional (6). La legitimidad del tribunal emanaba justamente de ese concepto. En la excepcional situación de vacío de poder en Alemania tras su liberación en abril de 1945 y, en tanto que las llamadas Naciones Unidas (por entonces, solo eran Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y la Unión Soviética) detentaron la soberanía nacional, fueron estas las que, en ejercicio de esa soberanía y dado que la persecución del crimen era un atributo exclusivo de la soberanía nacional, instituyeron el tribunal para perseguir a los criminales del régimen nazi (7).
Entonces, según los Principios de Nuremberg (8), ¿Qué legitimidad tenía el TPIY, creado por el Consejo de Seguridad de la ONU el 3 de mayo de 1993, para juzgar los delitos cometidos en un estado soberano? Lo que legitimaba al TPIY era una nueva ideología que nada tenía que ver con el espíritu de Nuremberg sino que fulminaba el concepto de soberanía nacional para introducir la idea del derecho de injerencia e intervencionismo, lo cual por cierto resultó ser un auténtico fracaso en el caso de Yugoslavia: sirvió solo para dejar un gran agujero en los Balcanes y dos estados fallidos, Bosnia y Kosovo. El concepto de soberanía nacional quedaría definitivamente fulminado con la intervención de la OTAN en Yugoslavia en 1999.
II. Culpabilidad y responsabilidad: la catarsis colectiva
Estos problemas éticos desafiaban radicalmente el proceso de revisión de la propia historia que había empezado a enfrentar la sociedad serbia. La entrega de Milošević al TPIY había dividido a la sociedad serbia entre aquellos que, en la línia de los demoliberales del primer ministro serbio Zoran Djindjić, creían que la colaboración con la justicia internacional era necesaria para una autoexpiación y una reintegración al sistema mundial, y aquellos otros que, más en la línea del nacionalismo conservador del presidente yugoslavo Vojislav Koštunica, lo consideraban un chantaje de la comunidad internacional basado en un espíritu profundamente antiserbio. De hecho, esta división llegó hasta las altas esferas políticas, acabando con la ruptura de la coalición democrática en el gobierno, el DOS. Esto bloqueó desde un primer momento la construcción de una nueva cultura política en Serbia, porque si bien era evidente que la regeneración democrática precisaba indispensablemente de la regeneración social, en realidad la presión internacional y la gestión de la culpabilidad en las guerras yugoslavas mostraba un sesgo excesivo: ¿Qué actitud podía tomar un pueblo criminalizado y bombardeado cuando el proceso de paz pasaba solo por la autoinculpación y reproducía la misma lógica interna de “Serbia contra el mundo” que había sostenido el régimen de Milošević durante diez años?
El difícil ejercicio de autoexaminación no era nuevo y planteaba dolorosas preguntas y dilemas de hierro. El debate moderno en torno a la culpabilidad colectiva de una nación nos retrotrae de nuevo a la Alemania liberada de 1945 y el proceso de desnazificación. La reconstrucción del país exigía a los alemanes reajustar su propia concepción como cultura y como nación, pero la “rendición incondicional” que para los Estados Unidos pasaba por no diferenciar entre el pueblo alemán y el régimen nazi generó la reacción opuesta: una negación sistemática por parte de los alemanes de su responsabilidad en las atrocidades colectivas cometidas por sus gobernantes (9).
En una fecha tan temprana como febrero de 1945 el psicólogo Karl Jüng introdujo el término kollektivschuld (culpabilidad colectiva) y en una línea similar, en 1946, el psiquiatra y filósofo Karl Jaspers unió de forma indisociable la culpabilidad individual con la responsabilidad colectiva (10). Estas teorías planteaban interrogantes evidentes: ¿Hasta qué punto fueron los ciudadanos alemanes conocedores de los actos de exterminio perpetrados por las autoridades nazis? ¿Fueron actores activos o pasivos? Algunas respuestas fueron en la dirección opuesta a la de Jüng y Jaspers. El decano de la historiografía alemana del momento, Friedrich Meinecke, enfatizó los conceptos de Befehlsempfänger (alguien que sólo obedece) y Kleiner Mann (hombre pequeño frente al enorme engranaje social) para establecer que Hitler y su élite fueron una enfermedad infecciosa de la cual el pueblo alemán había sido víctima, y en tanto que este había emergido de la tragedia, no precisaba de reeducación sino del reemplazo de la Unkultur nazi por el Geist (espíritu) alemán (11).
En definitiva, el debate ha ido asentando la dualidad entre un concepto penal, la culpabilidad, y otro moral, la responsabilidad. Así, era plausible juzgar a Slobodan Milošević y su entorno bajo el concepto de culpabilidad, sin evitar que el pueblo serbio se interrogara sobre su responsabilidad. En una encuesta realizada por el semanario serbio NIN en julio de 2001, solo un 36% de los serbios apoyaba la extradición de Milošević, aunque un 57% creía que era culpable de crímenes de guerra (12). Dicho de otro modo, el rechazo al planteamiento internacional del juicio a Yugoslavia no restaba el esfuerzo en ir comprendiendo el propio pasado a través de un doloroso autoanálisis.
III. Negación y olvido: resistencia a la parcialidad
En verano de 2001 se emitió en las cadenas serbias de gran audiencia B92 y RTS el documental producido por la BBC Cry from the Grave, sobre la masacre de Srebrenica cometida en 1995 por el ejército serbio contra varios millares de bosnios musulmanes. El visionado generó una oleada de indignación en Serbia con acusaciones de que la cinta era parcial y sesgada, y lejos de proveer una oportunidad para el debate en torno a la aceptación y la responsabilidad, desencadenó viejos comportamientos muy propios de los enfrentamientos nacionalistas en la ex-Yugoslavia: el revisionismo histórico y las guerras de cifras. Aunque los líderes nacionalistas de las guerras ya habían desaparecido, era evidente que las sociedades de las naciones yugoslavas no estaban preparadas para un debate sobre el pasado que discurriera al margen de la confrontación y, desde luego, un caso tan controvertido como el de Srebrenica no era la mejor base de desarrollo. El jefe de la cadena B92, Veran Matić, recolectó los mensajes más llamativos:
Tengo ganas de lanzas piedras contra mi televisor, pero mi mujer no me deja.
¿Por qué emitís un programa con tantas mentiras cuando vosotros mismos nunca habéis estado allí?
¿Por qué estáis mostrando las mentiras de los americanos y su pandilla?
No habíamos visto tal propaganda contra los serbios ni en los tiempos de Pavelić (13) y Hitler.
Estáis cometiendo un crimen contra vuestro propio pueblo (14).
El debate trascendió también a las instituciones políticas. El ultranacionalista Partido Radical Serbio de Vojislav Šešelj pidió que se investigara quién y por qué se había emitido el documental en la televisión pública serbia (la RTS), petición compartida por el nacionalista DSS del presidente Vojislav Koštunica, que en ese momento ya había abandonado la coalición democrática en el gobierno serbio. El partido de Milošević, el SPS, denunció que toda una serie de documentales estaban intentando inocular en la sociedad serbia un sentimiento de vergüenza y arrepentimiento, mientras que desde el gobierno se adujo que este no tenía capacidad para regular el trabajo de la televisión estatal, y el embrollo terminó cuando una diputada de la coalición democrática abandonó el hemiciclo llorando tras los insultos proferidos por los radicales.
Visto todo eso desde una perspectiva más amplia, el proceso de regeneración social a partir de la superación del pasado mediante su asunción, y no de su olvido o negación, era algo aún imposible en la coyuntura político-social del país. Primero, porque el viejo régimen no había sido derrotado a partir de una ruptura radical, sino de una transacción política, lo que podríamos llamar una transición blanda. En tanto que sus estructuras policiales y militares habían habilitado el cambio, eso había garantizado su permanencia en la misma estructura política serbia. Pero más allá de eso, sobrevivió toda una cultura política que había sostenido ―de forma directa, como el SRS como aliados en el gobierno de Milošević en 1992, o de forma indirecta, como los opositores que se enfrentaron a Milošević pero manteniendo un mismo discurso― todo el universo ideológico nacional conservador. Ello explica en esa nueva etapa post-Milošević aún existiera un amplio espacio político que reproducía las mismas actitudes de la década anterior y que, por lo tanto, obstruía cualquier proceso de revisión y análisis del propio pasado, o de la colaboración con la justicia internacional.
En segundo lugar, porque esa propia justicia internacional acababa dando la razón a estos en muchas cosas, al haber nacido con un planteamiento sibilino que más que pretender la búsqueda de la justicia y la reparación en Yugoslavia parecía estar jugando un papel crucial en la consolidación del Nuevo Orden Mundial para el cual las guerras yugoslavas eran un escenario propicio y Milošević un chivo expiatorio ideal. La descarada desproporción étnica entre los acusados en el TPIY denotaba una especial intencionalidad por parte de sus autoridades de convertir al pueblo serbio en culpable de la tragedia yugoslava, lo cual no ayudaba para nada al autoanálisis del mismo pueblo serbio.
Y en tercer lugar, era difícil acompasar ese proceso de revisión del pasado reciente cuando aún estaban candentes algunos de los problemas más enraizados en el nacionalismo serbio, cuyo máximo exponente era Kosovo. Así, por ejemplo: ¿era plausible reclamar a los serbios algo así como una autoinculpación mientras se les exigía la renuncia a Kosovo al mismo tiempo que el TPIY juzgaba a sus criminales de guerra en una proporción mucho mayor que la de los croatas o los albanokosovares, pero eludía juzgar los crímenes de guerra de la OTAN por la acción militar de 1999? Demasiados sesgos en una sociedad tan fracturada.

IV. Hacia un cambio de la cultura política en Serbia
La línea de pensamiento liberal más purista hace una descripción demasiado superficial de las dificultades en el cambio de cultura política en Serbia. Dragana Dulić habla de la “excepcionalidad serbia” para señalar su problemático camino hacia la modernidad tras el 5 de octubre del 2000, una exepcionalidad que se explicaría por las matrices ideológico-culturales de la historia contemporánea serbia: ajena siempre a la construcción liberal del estado-nación, Serbia se ha visto sujeta siempre al nacional-populismo, las tendencias pan-eslavistas, el antioccidentalismo, el comunismo y la debilidad de la tradición cívica democrática (15). La continua alienación de una mayoría social respecto una pequeña élite gobernante de carácter nacionalista y conservador habrían ido generando una cultura política que explicaría por un lado la debilidad del tejido social que obstaculiza, superado el régimen de Milošević, el impulso de las reformas, y por otra parte la oposición a los valores occidentales que frenaría la modernización.
Pero entonces, habría que explicar por qué otros países, ya no solo del espacio yugoslavo, sino de los Balcanes y la Europa oriental en general, con las mismas matrices ideológicas de ausencia del liberalismo y gobierno del nacional-populismo y el comunismo, afrontaron la transición a la democracia y la economía de mercado de una forma más natural. Sosteniendo solamente la “excepcionalidad serbia” como problema, Drulić crea el mismo estereotipo que el de la obsoleta teoría del sonderweg o “camino específico” alemán que trataba de ubicar el drama del Holocausto fuera del desarrollo normal de la historia contemporánea europea. A mi entender, no es posible comprender el fracaso de la modernización serbia en el período post-Milošević sin una relación dialéctica entre el proceso interno de regeneración social y la gestión de la pos-guerra en Yugoslavia por parte de la comunidad internacional, que hemos visto anteriormente.
Así, con una perspectiva de dos años y medio de gobierno democrático, a comienzos de 2003 la aparente unidad de la sociedad civil serbia de los meses que precedieron a la caída de Milošević se había diluido y la esperanza de una nueva etapa de esfuerzo común hacia la reforma y la construcción del edificio democrático se había revelado como una mera ilusión. No todo invitaba al pesimismo. La oleada anti-Milošević surgida del período 1996-1997 y reforzada en la coyuntura 1999-2000 había experimentado la proliferación de organizaciones juveniles, ONG's, asociaciones culturales, grupos de activistas y otras estructuras dentro de los movimientos sociales que habían ido consolidando una cultura liberal y democrática en una Serbia que caminaba con paso firme hacia la apertura. Todas esas estructuras permanecieron en la sociedad civil serbia de la era post-Milošević trabajando en el área de los derechos humanos y la protección de las minorías nacionales, la educación para la democracia, la cooperación regional y la integración europea bajo los principios de la democracia, el anti-nacionalismo, el multiculturalismo, la igualdad de género, la paz y la tolerancia. Dentro de ese grupo incluso florecieron experiencias ubicadas en la extrema izquierda que resultaron en movimientos anti-globalización, ecologistas o de defensa de los derechos de los homosexuales (16).
Sin embargo, al otro lado persistía todo un mundo conservador que continuaba teniendo como referente espiritual e ideológico a la iglesia ortodoxa serbia, en torno a la cual se organizaban grupos de distinta índole (17) que tenían como denominador común la preservación de una idea nacional y conservadora que pretendía, entre otras cosas, mantener la defensa del papel de Serbia durante la década de los noventa y, por lo tanto, oponiéndose frontalmente al concepto de transición democrática y justicia transicional. Muy cercano a ese espectro se encontraba el mundo de la extrema derecha. Esta división, que se asentaba además en la dualidad entre la Serbia urbana y la Serbia rural, iba a mostrarse mucho más enérgica a partir de 2003 cuando, tras el fracaso de las reformas, la no resolución de las cuestiones nacionales y territoriales, y la trágica revelación de que la nueva etapa democrática no había acabado con el problema del mundo criminal y la corrupción, se abrió una nueva coyuntura política que iba a enfrentar radicalmente los dos proyectos nacionales surgidos de las cenizas del viejo régimen.
1“Crime investigation: one unbelievable history”, artículo publicado en Timočka Krimi Revija el 15 de septiembre de 1999, traducido por Vladimir Krsljanin para Historical and Investigate Research.
2“What happens on 6th April 1999?”, artículo publicado en Timočka Krimi Revija el 1 de mayo de 2001, traducido por Vladimir Krsljanin para Historical and Investigate Research.
3Se refiere aquí al bombardeo de la OTAN sobre la República Federal de Yugoslavia (Serbia y Montenegro) durante 78 días entre marzo y junio de 1999, sin la aprobación previa del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y que costó la vida a un millar de civiles.
4Así fueron llamados los tribunales penales internacionales, instituidos por las Naciones Unidas en casos puntuales para juzgar crímenes contra la humanidad cometidos en determinados países durante conflictos excepcionales.
5LAUGHLAND, John, Travesty. The trial of Milošević and the corruption of international justice, Pluto Press, Londres, 2007, p.33
6Ídem, p.58
7Idem, p.59-50
8Así se llamaron los principios, emanados de los tribunales, incorporados a la Carta de las Naciones Unidas el 11 de diciembre de 1996, y que rigieron las relaciones internacionales, hasta el fin de la Guerra Fría, partiendo siempre del principio de inviolabilidad de la soberanía nacional.
9OLICK, Jeffrey, “The Guilt of Nations?”, Ethics and International Affairs, n.2, 2003, p.109
10LAMMENDORF, Raimund, “The question of guilt: 1945-1947. German and American Answers”, Conference at the German Historical Institute, Washington, 1999, p.3
11Ídem., p.4
12GORDY, Eric, Guilty, Responsibility and Denial. The Past at Stake in Post-Milošević Serbia, University of Pennsilvanya Press, Philadelphia, p.47
13Ante Pavelić, líder del movimiento fascista croata Ustaša y presidente del Estado Independiente de Croacia que actuó como títere de los nazis durante la segunda guerra mundial.
14“Serbia shocked by a BBC documentary on Srebrenica masacre”, AIM, Belgrado, 15.7.2001
15 DRULIĆ, Dragana, “Serbia after Milošević. The rebirth of a nation”, en LISTHAUGH, Ola, RAMET, Sabrina P., DULIĆ, Dragana, Civic and Uncivic Values: Serbia in the post-Milošević era, CEU Press, Budapest, p.24-26
16 SPASIĆ, Ivana, “Civil society in Serbia after Milošević. Between authoritarianism and wishful thinking”, Polish Sociological Review, n.4 (144), 2002, p.455
17 Ídem, p.455-456
Comentarios