top of page

Ley y Justicia (PiS): la extrema derecha y la explotación del miedo en Polonia

  • JORDI CUMPLIDO
  • 4 feb 2016
  • 24 Min. de lectura

Jaroslaw Kaczyński, líder de la formación xenófoba Ley y Justicia, hegemónica en Polonia desde octubre


El 25 de setiembre de 2005 el partido conservador nacional-católico Ley y Justicia (Prawo i Sprawiedliiwość, PiS) ganó las elecciones legislativas en Polonia con el 26,9% en el parlamento y la mitad de los escaños en el Senado. El partido, creado en 2001, se había ido abriendo paso en el confuso y fragmentado escenario político del país que, desde el inicio de la transición en 1989, había visto ahogarse un gobierno tras otro en el fracaso de las reformas económicas en la transición a la economía de mercado, a la vez que acusaba la falta de un gran partido conservador en un contexto social y económico durísimo en el que amplias capas sociales, sobre todo de la Polonia campesina, sufrían el impacto de la modernización económica y veían con recelo la integración a la Unión Europea. En octubre del mismo año, el PiS confirmó su hegemonía con su victoria en las presidenciales.


El partido había alcanzado el poder en Polonia con un programa muy básico que ofrecía a las clases desposeídas un atractivo discurso populista con garantías de protección frente al desempleo estructural y creciente y la falta de perspectivas. Además, la organización tomaba el carisma de los hermanos Jarosłav y Lech Kaczyński, que se alternaron en los puestos de primer ministro y presidente del país hasta que Lech murió en un accidente aéreo en Rusia, en 2007. Tras ocho años de gobierno de una plataforma liberal el PiS recuperó, en mayo y en octubre de 2015, la presidencia y el gobierno del país con un viraje ultraconservador que lo convierten, ya sin medias tintas, en un gobierno populista de extrema derecha. ¿Cuáles son las claves históricas, estructurales y coyunturales, para comprender el ascenso de la extrema derecha en Polonia?



La "terapia de choque": la naturaleza de la transición polaca


En junio de 1979 un hecho excepcional ocupó las portadas de la prensa internacional: el antes arzobispo de Cracovia, Karol Woytila, para entonces ya convertido en Papa Juan Pablo II, visitó por primera vez un país de la órbita comunista soviética, Polonia, donde la iglesia católica representaba un poderoso agente social de oposición al régimen. Solo un año después, una extraña amalgama de intelectuales y obreros, con el apoyo de la iglesia, se organizaron en torno a las reivindicaciones sindicales de los astilleros Lenin de la ciudad portuaria de Gdansk, dando lugar al sindicato independiente católico Solidarność. Pronto se hicieron famosas las curiosas imágenes de los sindicalistas polacos, siguiendo a su líder carismático Lech Wałesa, asistiendo a misa tras las movilizaciones obreras.


El fenómeno Solidarność representó el mayor desafío para el comunismo en Europa al ser, junto a Rumanía y Albania, y en mayor medida que estos, el único caso en el que la oposición al régimen venía desde abajo, de la propia clase trabajadora[1]. A pesar de la represión del gobierno del general Jaruzelski, con la aplicación de un durísimo estado de excepción, la organización se mantuvo firme y fue la principal herramienta de erosión del régimen soviético en Polonia. Al estilo Gorbachov, el gobierno polaco fue introduciendo una liberalización gradual y controlada a la vez que rebajaba la represión contra la oposición, pero en 1984 el popular sacerdote Jerzy Popieluszko fue asesinado brutalmente por la policía secreta.


La furibunda reacción de la oposición paralizó los planes reformistas de Jaruzelsky y llevó la situación a un nuevo bloqueo que solo se consiguió desencallar cuando en 1988 el gobierno comunista organizó una ronda de conversaciones que incluía a la iglesia católica y al sindicato Solidarność. De las negociaciones celebradas en marzo de 1989 salió el compromiso de la extensión de reformas políticas y económicas que incluyeran la legalización de Solidarność y la celebración de elecciones multipartidistas, que se celebraron finalmente el 4 y el 18 de junio. Solidarność presentó una candidatura de coalición que se hizo con el total de los escaños competitivos (el Partido Obrero Unificado Polaco —PZPR—, refundación del partido comunista, se reservó en los acuerdos el 65% de los escaños) y tras un año de presidencia pacta de Jaruzelski, este renunció en favor del líder de los conservadores, Lech Wałesa.


* * *

En este punto tenemos que preguntarnos, ¿Qué opción ideológica representaba Solidarność? Hay que entender que el fenómeno de Solidarność no arranca, ideológicamente, de los astilleros de Gdansk, sino en las conferencias de Yalta en 1945, cuando las potencias occidentales cedieron Polonia a la Unión Soviética después de una durísima guerra de independencia en la que los polacos perecieron en una proporción de uno cada cinco hombres. Además, simultáneamente a la ocupación alemana hubo también la ocupación de la Polonia oriental por parte de Stalin, produciendo ésta no pocos agravios representados, en su expresión más trágica, en la matanza de Katyn de 1940 en la que el ejército soviético ejecutó unos 8.000 oficiales polacos.


La tragedia de la liberación soviética de Polonia nos obliga a retrotraernos aún más en el tiempo[2]. En el 966 nació el principado independiente de Polonia que, junto al ducado de Lituania, se expansionó rápidamente hacia lo que son las fronteras actuales del país. Con los años se consolidaron un conjunto de instituciones que desembocaron, en el siglo XVI, en un sistema político excepcional en el que, contra la corriente mayoritaria de la Europa moderna, la soberanía residía en un parlamento estamental y no en el monarca absoluto. Era, sin embargo, un sistema débil frente al absolutismo despótico de las potencias vecinas, Rusia y Prusia, que no tardaron en arrollar al pequeño reino. A finales del siglo XVIII, descuartizaron Polonia y se la repartieron barriendo el país del mapa durante 123 años.



Los polacos preservaron su identidad reforzando sus signos y sus símbolos, y estrechando sus vínculos con la Iglesia Católica frente a los dogmas de sus potencias rivales: el protestantismo prusiano y la ortodoxia rusa. Desde entonces, a la vez que los intelectuales polacos perpetuaban los mitos del pasado glorioso, Polonia se presentó al mundo como una heroica vanguardia de las libertades frente al absolutismo ruso y del catolicismo, rezando a la Virgen Maria como «reina de Polonia»[3] y extendiendo a través de los exiliados la idea de Polonia como «Cristo entre las naciones, el sufrimiento y los crucificados, que volvería a levantarse de nuevo por la redención de Europa». De ahí que:


El catolicismo romano, la tradición de la rebelión contra la invasión extranjera, y el trabajo de los intelectuales y los románticos en el «mesianismo», forja lo que mejor describe la conciencia nacional polaca. En resumen, los polacos son un viejo pueblo de Europa con una sed inagotable de libertad; la libertad en Polonia significa independencia, y la identidad nacional polaca se define históricamente en oposición a Rusia [4].


Por eso Polonia fue el territorio más reacio de la Europa oriental a subyugarse a la Unión Soviética. Por eso 1980 es el resultado de toda una conciencia colectiva contra la invasión que se reproduce en sistemáticas rebeliones contra el régimen comunista, frente a las cuales solo la complicidad del popular secretario general del partido, Władysław Gomułka, con Kruschev y la línea antiestalinista de la URSS evitó una invasión de los tanques rusos al estilo húngaro. El caldo de cultivo estaba ahí, pero tenía ser canalizado en una organización, y en estas apareció Solidarność.


La médula espinal de la ideología de Solidarność se condensa en las 21 demandas presentadas por Comité de Huelga en Gdansk el 17 de agosto de 1980 y que posibilitaron la creación del sindicato independiente. Además de la libertad de sindicación, se recogían un conjunto de libertades muy en la línea del cuerpo teórico básico del liberalismo (de huelga, de prensa, de expresión y de publicación, amnistía política). En cuanto al programa económico se demandaba un programa reformista en el que tuvieran cabida todos los actores y todas las clases sociales, que contemplara unos mínimos: una subida salarial, abastecimiento de los mercados, cupones para carne y productos básicos hasta la estabilización del mercado, mejora de las pensiones y reducción de la edad de jubilación, baja por maternidad pagada por tres años, mejoras en la sanidad, etc[5].


Un año después el recién creado sindicato Solidarność redactó su primer documento programático, en el cual, de la mano del reputado medievalista Bronisław Geremek, asentó su concepto de nación en el término Samorządna Rzeczpospolita o «república auto-gobernada». Esa idea se refiere al pensamiento tradicional polaco por el cual la mejora de la república, del estado polaco, se desarrolla en base a las demandas de reformas[6], lo cual trasladado a ese contexto se traducía en las demandas de los trabajadores hacia la sociedad civil, y de esa hacia el estado. En ese principio básico, y en esa estructura mental, se fundaron los pilares ideológicos de una organización que, a pesar de eso, nunca fue ideológicamente homogénea ni sostenidamente en el tiempo.


* * *


Con el arranque de la transición democrática empezó a pasearse por Varsovia un profesor de Hardvare representante de la doctrina más pura de la corriente neoliberal de Milton Friedman. Jeffrey Sachs se había especializado en la eficiencia y la rapidez en la resolución de graves crisis económicas y, como experto en macroeconomía, asesoró el gobierno polaco en la rápida introducción de la economía de mercado. De hecho, una de las ideas de lo que finalmente se llamó la «terapia de choque» era no circunscribirse solamente a la experiencia polaca, sino crear un modelo exportable al resto de repúblicas ex soviéticas, como la República Checa, Ucrania o la misma Federación Rusa en 1991.


La terapia de choque no era, pues, un simple experimento económico, sino un concepto ideológico y geoestratégico. Se fundamentaba, primero, en el sueño de la globalización, pues según afirmaba el propio Sachs: «Los cambios en los países post-comunistas de la Europa oriental son parte de la profunda y poderosa tendencia de la integración económica global»[7]. Consideraba así que, un programa de reformas rápido, comprensible y de largo alcance de implementación del capitalismo solo tenía sentido en el marco de una tendencia global, y que por lo tanto era necesario integrar lo más rápido posible aquellos países que durante décadas habían estado aislados del circuito económico mundial.


En materia económica, Sachs señaló como principales problemas de las economías socialistas en Europa del este la crisis financiera —debida a una enorme deuda externa y una alta inflación— y la crisis del ajuste estructural —por la ineficiencia del sistema de planificación central, que potenciaron los sectores industriales pero dejaron vacío el sector servicios[8]. Así, advertía que la crisis estructural no se resolvería por la simple acción política o legislativa, porque aun después de la implantación de la economía de mercado, el país seguiría teniendo una excesiva dependencia de la industria pesada: «los trabajadores de las difuntas empresas de la industria pesada perderán sus trabajos; las regiones verán caídas drásticas en los estándares de vida y el empleo; y los estándares de vida se mantendrán bajos durante años debido a los desequilibrios en la estructura económica». Era, de hecho, negar el concepto mismo de «terapia de choque», o reconocer que era imposible pasar rápidamente de un sistema económico a otro sin unos profundos costes sociales.


La crisis financiera era, según el economista, la más fácil de solucionar. Para acabar con la hiperinflación y la escasez en el abastecimiento bastaba con un paquete de medidas que incluía cortar el déficit presupuestario, estabilizar el tipo de cambio de la moneda local en el extranjero, tasas de interés de mercado elevadas y reducción de los créditos bancarios, y lo más importante, liberalización de los precios.


Este paquete de medidas fue aprobada el 1 de enero de 1990 en el marco de un programa de reformas conocido como el Plan Balcerowicz —nombre del entonces ministro de Economía. Además, se preveía la construcción de instituciones capitalistas tales como una ley comercial moderna, un sistema judicial independiente, y una estructura de propiedad privada que complementara un progresivo desmantelamiento de la planificación central. Todos esos cambios era, sin embargo, más lentos que la resolución de la crisis financiera, pero en los estados iniciales de los planes reformistas se vislumbró un estado de euforia en el gobierno y las élites económicas y tecnocráticas que, sin embargo, no se ajustaban a las precavidas advertencias del propio Jeffrey Sachs.


Los resultados de la economía polaca una década después daban una medida exacta de ese distanciamiento entre las expectativas y la realidad. Los partidarios de la terapia de choque argüían que la economía polaca había sido la que más había crecido en el espacio ex soviético, lo cual en términos macroeconómicos era cierto: el país había crecido año tras año pasando del -9,8% al +6,6 en el PIB de 1991 a 1996, y reduciendo drásticamente la inflación. Sin embargo, los agresivos cambios plantearon muy pronto serios problemas como el aumento del desempleo y la oleada de bancarrotas empresariales que se notaban en el difícil día a día de los polacos. Fue precisamente en la Polonia rural donde los efectos de la entrada del neoliberalismo se evidenciaron de una forma más dramática, y la extrema derecha populista no tardó en explotar esa situación al inicio del nuevo siglo.



Ley y Justicia (PiS): La explotación del miedo


El 27 de marzo de 2006, un conocido representante de la extrema derecha política espetaba el siguiente panegírico antisemita en una emisora de radio nacional refiriéndose a lo que él llamaba industria del Holocausto: «los judíos han humillado internacionalmente a Polonia reclamando dinero… hacían la pataleta por detrás sigilosamente para tratar de obligar a nuestro gobierno a pagarles dinero bajo el pretexto de esas demandas… los agravios planteados por los judíos de Auschwitz, la inculpación del incidente de Jedwabne, y ahora, los preparatorios de una propaganda a gran escala incluso en Kielce, en el aniversario de lo que ellos llaman ‘pogrom’»[9]. La emisora en la que Stanislaw Michalkiewicz hablaba era Radio Maryja, una estación católica fundada en 1991 por Tadeusz Rydzyk, cura de la orden Redentista, que a lo largo de los años 90, con una audiencia de entre 1 y 3 millones de radioyentes, se convirtió en el principal canal de extensión del discurso antisemita y xenófobo. Al entorno de Radio Maryja crecieron, como en un ecosistema, organizaciones extremistas de todo tipo, que evolucionaron eventualmente en partidos políticos: en 2001 el apoyo de Radio Maryja fue esencial para la creación y su entrada en el parlamento de la formación Liga de las Familias Polacas, un partido de extrema derecha inspirado en la organización ultranacionalista de la época de entreguerras Endecja[10]. En 2005 se rompió el cordón umbilical entre el partido y la emisora, que pasó al grupo Ley y Justicia.


Eran también significativas las vías de financiación de la emisora. Oficialmente quien ostentaba el control de Radio Maryja era la Orden Redentista, conocida por ser una de las órdenes que interpretaba la doctrina católica de una forma más estricta. Tanto era así que en 2006 el representante del Vaticano en Polonia exigió que se pusiera en vereda a la emisora y se subyugara al control del Episcopado polaco. En paralelo, el jefe efectivo de la cadena, Rydzyk, pedía a los radioyentes aportaciones para financiar el proyecto, lo cual valoraba en 7 millones de dólares[11]. Una de las generosas donaciones venía de Jan Kobylanski, un emigrante polaco residente en Uruguay conocido por su influencia política, sus millones y su demostrado pedigrí anti-semita. Desde su aportación, la emisora de radio recrudeció su discurso anti-semita, nacionalista y extremista.


Ese era el clima que se vivía en Polonia en el arranque del siglo XXI: mientras los intelectuales orgánicos y el mundo occidental ponían como ejemplo el proceso polaco y el plan Balcerowicz como demostración empírica de las virtudes del neoliberalismo en las transiciones económicas del socialismo al capitalismo, la democracia polaca se resquebrajaba por el empobrecimiento progresivo de una parte significativa del país, muy ubicada en las zonas rurales, y el auge del discurso nacionalista centrado en el desafío de la integración europea. Junto a la Liga de las Familias Polacas actuaban dos organizaciones más, el mencionado Ley y Justicia, y el partido de la Autodefensa, y cada uno de ellos cobijaba docenas de organizaciones y asociaciones de carácter cultural, vecinal, recreativo y de toda índole que sembraban el discurso xenófobo en sus ámbitos de influencia. El mensaje, sin embargo, era ya bastante antiguo.


De hecho, las estructuras políticas extremistas de la III República Polaca eran en buena medida herederas de los grupos derechistas que actuaron en el convulso escenario de la Polonia de entreguerras. La espina dorsal de ese entramado era la Democracia Nacional (Narodowa Demokracja), creada a finales del siglo XIX por Roman Dmowski, uno de los más brillantes representantes de los llamados «particionistas», patriotas conservadores que convencidos de los fracasos reiterados de los levantamientos armados, consideraban que la liberación de Polonia tenía que venir de organización política de la élite culta y educada. Su partido, abogando por la consecución de la independencia polaca por medios pacíficos, creció poco a poco hasta convertirse en uno de los partidos hegemónicos entre la clase media. Sin embargo, su discurso generaba una enorme controversia al teorizar que solo un buen católico podía ser un buen polaco, y desplegando todo un argumentario nacionalista extremista a base de criminalizar a las minorías y, en especial, a los judíos[12].


Polonia siguió un patrón evolutivo muy parecido al de muchos otros países europeos en el período de entreguerras: efectos de la guerra, nuevos trazados de fronteras, auge de los nacionalismos y crisis económica. El régimen liberal de los años veinte fue enfrentado por grupos y grupúsculos derechistas hasta que en 1926 el general Piłsudski, argumentando que entre la URSS y Alemania solo podía garantizarse la independencia y la seguridad nacional con un estado autoritario, dio un golpe de estado secundado por la elite militar y, tres días después y con un amago de guerra civil, por los partidos y el gobierno[13]. Desde entonces y hasta su muerte en 1935, el régimen de Piłsudski fue un espacio donde la extrema derecha creció a un ritmo muy acelerado. Grosso modo, el fascismo en Polonia avanzó a través de la radicalización de Democracia Nacional, del que surgió primero el Campo de la Gran Polonia y luego el Campo Nacional Radical, que influenciados por el fascismo italiano ofrecían un proyecto de revolución nacional basado en los valores de la tradición incrustados en la Polonia rural y católica y con un fuerte componente antisemita. Dentro del Campo Nacional Radical se creó y de desarrolló la organización más extremista del fascismo polaco, llamada Falanga en mimetismo con la organización fascista española.


Militantes de la organización fascista Campo Nacional Radical - Falanga, heredera del fascimo de entreguerras


Como en otros países de la Europa del este y los Balcanes, las organizaciones fascistas de la Polonia de entreguerras fueron combatidas y parcialmente destruidas por el régimen autoritario conocido como «la Polonia de los Coroneles», aunque de nuevo la segunda guerra mundial abrió un espacio para el desarrollo y la expansión de las ideas ultraderechistas. Como se ha expuesto en la primera parte de este artículo, durante el régimen comunista persistió esa particular idiosincrasia polaca asentada en la identidad, la religión y el conservadurismo, y cuando en la última década del siglo XX se hundió el socialismo y la democracia trajo consigo libertad e incertidumbre, la explotación del miedo lanzó a los marginados del nuevo sistema capitalista a los brazos del neofascismo.


Una década después de las reformas, el gran espacio de la derecha liberal representado por la coalición de Solidarność se había hundido irremediablemente, pero lo peor era que la alternativa socialdemócrata también se había desgastado hasta el extremo. La explicación a eso es lo que la ciencia política llama el «voto económico», es decir, en tanto que todas las reformas tienen unos costes, independientemente de que los gobernantes lo asuman o no, que es casi inevitable que en un sistema sin lealtades partidarias consolidadas esos costes se traduzcan en las siguientes elecciones en votos de castigo contra el partido que ha estado gobernando[14], los liberales de Solidarność y los socialdemócratas se alternaron en el poder durante los noventa y principios del siglo XXI con un notable desgaste.


El consenso entre el centro-derecha y el socialismo sobre las reformas hacían que la frustración popular por el impacto de las mismas se expresara en el voto a opciones alternativas, a veces excéntricas, y que dieran seguridad ante la incertidumbre del escenario que se abría con la integración en la Unión Europea. Por un lado, la población rural en Polonia era un tercio del total, y guardaba como clase social las esencias del catolicismo y la identidad nacional frente a las clases urbanas, albergando así posiciones muy conservadoras en lo social y en lo económico desde una gran vulnerabilidad frente a la modernización. Además, a diferencia del resto de repúblicas ex soviéticas, en Polonia no se dio una colectivización masiva de las tierras por parte del Estado sino que estas seguían en manos de sus propietarios, lo cual daba una gran fuerza política a los campesinos. Y por otro lado, por aquel entonces la política agraria de la Unión Europea planteaba un difícil encaje del campesinado polaco pues eso exigiría aumentar el presupuesto, y eso molestaba profundamente a Alemania, además del pavor de los campesinos polacos a que la liberalización y apertura del mercado agrario favoreciera la compra masiva de tierras por parte de aquellos alemanes procedentes de las regiones polacas que hasta la segunda guerra mundial eran parte de Alemania.


Así, ese campesinado era un agente social proclive a la recepción del mensaje populista. Todos esos ingredientes habían convergido a mitad de los noventa en la creación del movimiento de protesta Auto-Defensa, que acabaría cristalizando en un partido político con el mismo nombre (Samoobrona Rzeczpospolitej Polskiej, SRP). Pero fue en 2001 cuando se notó un punto de inflexión en el mapa político polaco, con el hundimiento progresivo del centro-derecha y la socialdemocracia y el auge de partidos populistas como Auto-Defensa y la Liga de las Familias Polacas. En esa fecha Jarosław Kaczyński, un antiguo miembro de Solidarność que a principios de los noventa había roto con el partido en desacuerdo con el rumbo neoliberal de las reformas, creó una nueva formación, Ley y Justicia (Prawo i Sprawiedliiwość, PiS), que solo cuatro años después ganaría las elecciones.


Los hermanos Kaczyński y su partido pronto empezaron a tomar protagonismo alrededor del mundo. Se convirtieron en todo un fenómeno. Su hermano Lech cosechaba gran popularidad por la contundencia que había mostrado como ministro de Justicia en el anterior gobierno conservador, pero quien marcaba el discurso del partido era Jarosław. ¿Por qué el mensaje del PiS caló tan bien entre las clases medias polacas?


El primer análisis que hacía Jarosław Kaczyński era que la transición había sido una transacción entre la nomenklatura socialista y la élite de Solidarność por la cual los primeros cedían el poder a los últimos pero estos les daban unas ciertas garantías. Para ello fue necesario trazar una red de intereses que instalara en el poder a la nueva oligarquía excluyendo los valores tradicionales y patrióticos que pudieran comprometer sus intereses. Pero el líder populista aseguraba que si bien se había conseguir consolidar unas instituciones democráticas y una economía de mercado, en realidad se había fracasado en el intento de crear un nuevo estado genuino con una nueva jerarquía social[15], y esa era la tarea que tenía que cumplir su nuevo partido. Durante años Kaczyński explotó la crítica al układ (acuerdo) entre élites para perfilarse como alternativa contra ese enjambre de ex comunistas, corruptos, hombres de negocios, liberales seculares, pro-rusos y todo esa clase de gente que iba contra la supervivencia del pueblo polaco. Lo que estaba proponiendo era acabar con la III República.


A nivel económico, era evidente que el nuevo orden no había sido capaz de generar una mínima cohesión social con un progreso sostenido. El problema era compartido en toda la región. Los problemas de abastecimiento se habían acabado, pero una parte sustancial de las clases medias y populares no disponían de poder adquisitivo para comprar los caros productos de los elegantes aparadores[16]. Poco a poco, aquellos que disponían de un trabajo podían ir mejorando su nivel de vida, pero el creciente número de desempleados se veía sin esa red de seguridad que le ofrecía el sistema socialista. La resistencia a las reformas aumentaba día a día, y el PiS ofreció una propuesta transversal que respondiera a esa necesidad, sedimentado en un programa económico para las elecciones de 2005 lo más escorado a lo social posible. Tener como oponente al partido liberal (Platforma Obywatelska, PO) ayudó a potenciar esa radicalización social de sus propuestas económicas.


Además, el programa social del partido ofrecía protección a los polacos frente a los extranjeros, la renovación cultural y la recuperación de los valores tradicionales y religiosos del pueblo polaco, el endurecimiento del código penal y la aplicación de leyes más estrictas para reducir la delincuencia y la conflictividad. Se trataba de un auténtico programa populista orientado a dar seguridad a un pueblo atomizado y ubicado frente a una serie de desafíos para los cuales el sistema de la III República no ofrecía ninguna garantía. La nueva IV República que ofrecían los hermanos Kaczyński se reveló, para muchos polacos, como un lugar seguro en el que volver a construir el presente desde y para el pueblo polaco, romper con ese proceso reformista donde la globalización volvía a dejar a los polacos, como muchos siglos antes, como tantas veces, a merced de los grandes poderes, las grandes economías y los grandes intereses.


Durante la campaña de 2005 los hermanos Kaczyński explotaron la rentabilidad que daba oponer los «perdedores» y los «ganadores» de la transición, volver a llenar de contenido la palabra «solidaridad» social, y generar unos elementos de adscripción e identidad que permitiera generar la idea de que «no estar con nosotros es como estar contra nosotros»: «Es responsabilidad del Estado construir más solidaridad entre aquellos que han tenido más éxito en la nueva Polonia capitalista y aquellos que sienten que han fracasado, que han sido marginados»[17].


En 2007 la frágil coalición encabezada por el partido ultraderechista de los hermanos Kaczyński se desmoronó, y fue relevada por un gobierno liberal en un momento en el que las cancillerías occidentales respiraron aliviadas e incluso mostraron euforia contenida. Tres años después de la inclusión de Polonia en la Unión Europea, parecía la situación ideal para dejar atrás las aventuras populistas y afianzar un nuevo espacio de centro-derecha que diera estabilidad y allanara el camino para las reformas. Pero a pesar de la imagen frívola de los Kacziyński y lo trasnochadas que pudieran parecer desde fuera algunas afirmaciones del partido Ley y Justicia, el partido había conseguido con eficacia consolidar una tendencia de pensamiento y opinión en las clases más bajas del pueblo polaco, que aumentaban en número día a día. Y su regreso no estaba lejos.



El giro identitario: Ley y Justicia y la crisis de los refugiados


El pasado 25 de octubre de 2015, por primera vez en la nueva democracia polaca, un partido ganaba las elecciones parlamentarias por mayoría absoluta. Se trataba del PiS de Jarosław Kaczyński, con un 37% de los votos y 242 escaños. Cinco meses antes, Andrzej Duda, del mismo partido, había ganado las elecciones presidenciales. Por lo tanto, Polonia cuenta ahora con un presidente de la formación Ley y Justicia, que gobierna también en el parlamento, ostentando así una hegemonía que se ha labrado con el endurecimiento del discurso social y las políticas migratorias durante los años del gobierno liberal.


Lech y Jarosław Kaczyński eran gemelos univitelinos, es decir, se parecían como dos gotas de agua. Eran como dos mitades de una misma alma dentro del partido. Jarosław se había convertido en el auténtico ideólogo del partido, y en cierta medida, se había hecho con las riendas del mismo. Todo lo que se decidía en el PiS pasaba por él, y las bases le veían como un auténtico líder, alguien inteligente capaz de generar discurso y estrategia. Sin embargo, quien era realmente popular era Lech, antiguo ministro de Justicia que se había hecho con la confianza del pueblo llano por su dureza y rectitud. Inspiraba confianza. En 2002, apenas fundado el partido, accedió a la alcaldía de Varsovia y, en 2005, ganó las elecciones a la presidencia. Todo se truncó el 10 de abril de 2010, cuando el avión presidencial en el que viajaban él y su esposa para asistir al 70º ejército de la matanza de Katyn, en Smolensk (Rusia), sufrió un accidente en las maniobras de aterrizaje que no dejó supervivientes.


La muerte de Lech fue un golpe moral para el país y para los miembros y simpatizantes de la formación populista. Hacía ya algunos meses que la coalición liberal había recuperado terreno y los mensajes del PiS empezaban a quedar obsoletos en muchos espacios, y Jarosław entendió que quizás la muerte de su hermano era una oportunidad para la renovación, para la promoción de nuevas figuras de una generación más joven que pudieran recobrar la ilusión en las bases.


Beata Szydło y Andrzej Duda, representantes de la nueva generación que ha llevado el PiS a la presidencia y al gobierno


Una de las figuras emergentes por aquel entonces era Andrzej Duda, un jurista con una formación contrastada que hasta 2005 había militado en un pequeño partido escindido de Solidarność que abogaba por el liberalismo económico, político y social lejos del extremismo y el fanatismo. Sin embargo, ese joven aficionado al esquí se había radicalizado en sus ideas y, como una buena parte de la clase media, veía en el partido de los Kaczyński una herramienta útil para hacer frente a los desafíos del país cerrando filas en torno a la identidad nacional. En 2011 fue el candidato más votado en Cracovia y representó al PiS desde el parlamento, siendo valorado por los medios de comunicación como uno de los parlamentarios más abiertos y dialogantes con la oposición, antes de que recibiera una plaza en el Parlamento Europeo. Su juventud, su preparación y su desenvolvimiento en política le convertían en la imagen ideal de esa renovación que estaba experimentando el partido, así que fue propuesto como candidato a la presidencia del país. El 24 de mayo ganó la segunda ronda con un margen ajustado.


Otra de esas nuevas figuras era Beata Szydło, hija de un minero en una región marginal del país de la que fue alcaldesa en 2002. Durante años, esa mujer de carácter rígido y con unos valores conservadores de hierro, desempeñó una tarea silenciosa pero efectiva en el seno de la organización. No fue hasta el arranque de la última campaña electoral cuando Kaczyński se fijó en sus habilidades. Era evidente que Andrzej Duda tenía un perfil mucho más bajo que el popular candidato de los liberales, así que el PiS diseñó una campaña electoral frenética en la que el candidato populista y su equipo debían viajar de un rincón del país a otro, y ganar el voto puerta a puerta. Beata Szydło era la mano derecha de Duda, y se le dio especialmente bien eso de hablar con la gente. Había nacido una estrella, dura pero afable, firme pero empática: «La cara fresca, moderada, de la derecha polaca. Es la mujer inteligente, capaz y trabajadora tras la increíble victoria de Duda en la campaña electoral», en palabras de un asesor de campaña[18].


Kaczyński la premió con el número uno en las listas del parlamento: ¿Cómo se ganó la mayoría absoluta la nueva candidata de la ultraderecha polaca? Volviendo a un discurso más social, potenciando el sentimiento de desarraigo de los perdedores de la transición. Para ello, propuso un paquete de medidas sociales muy atractivo: reducción de la edad de jubilación a 60 años (mujeres) y 65 (hombres), rebaja de los impuestos para los más pobres y los pequeños negocios, aumento del salario mínimo, una reducción del IVA, una asignación mensual para cada niño, medicamentos gratis para mayores de 75 años, etc[19]. Un plan económico que se calculaba con un coste de entre 9 y 14 billones de euros. La nueva estrategia del PiS se extraía de la experiencia ultraderechista de Victor Orban en Hungría, que cargaba de impuestos a las multinacionales y compañías de negocios con una alta inversión extranjera (energía, telecomunicaciones, supermercados, bancos): «La intención del PiS es volver a una economía “polaca”, introduciendo tasas a bancos y supermercados similar a lo que se está haciendo en Hungría, y limitando las transferencias por beneficios de compañías externas a Polonia», aseguró uno de los asesores de Kaczyński[20]. Sin duda, la crisis económica mundial abierta en 2008 y sus efectos en la ya golpeada clase media polaca han exprimido el rédito de esas políticas con un contenido claramente populista.


Pero sin duda, la espuela de la apabullante victoria de Ley y Justicia ha sido el estallido de la crisis de los refugiados. Dado que el antisemitismo, a pesar de ser una constante en el ADN social polaco, a menudo queda como algo anticuado y poco actualizado, hace algunos años el PiS modernizó su discurso patriótico focalizándolo en las políticas migratorios. Así, generó un mensaje anti-inmigración que fue rápidamente digerido por una población crecientemente alarmada por la llegada de inmigrantes, sobre todo del mundo árabe. De hecho, el discurso de Kaczyński no era nuevo, sino que viene del argumentario de la extrema derecha del norte de Europa en las últimas décadas y que consiste en generar la paranoia colectiva de la penetración silenciosa, casi imperceptible, del Islam en el continente europeo con el objetivo de una colonización masiva. Es lo que en su momento se llamó la idea de «Eurabia».


Kaczyński, un estratega político de primer orden, se dedicó a aparecer en público soltando efectivas peroratas contra los musulmanes cada vez que en las páginas de los periódicos aparecía algún nuevo incidente en Europa. Así, les acusó de querer imponer la ley islámica en Suecia, de utilizar las iglesias como meaderos en Italia y de generar el caos en Francia, Alemania y Reino Unido. Con la llegada de los refugiados de la guerra siria, el PiS explotó el shock que generó en aquellos países que estaban en la “ruta” que los refugiados seguían hacia Alemania. Kaczyński se opuso desde el principio a las cuotas de refugiados propuestas por Bruselas a los países miembro, y aumentaba la escalada en su discurso hasta llegar a decir, dos semanas antes de las elecciones, que los refugiados traían consigo enfermedades como el cólera y la disentería. Mientras los liberales y los socialdemócratas lo acusaban de nazi, una gran mayoría de los polacos lo apoyaban dándole la mayoría en las urnas.



En paralelo al proceso del ascenso del PiS en las instituciones del país, los grupos fascistas también se han organizado en las calles, llenando el espacio público con amplias demostraciones y un mensaje radicalizado del odio. Ante la propuesta de la Unión Europea de que Polonia aceptara 12.000 refugiados, miles de manifestantes se lanzaron a las calles de varios pueblos y 10.000 se citaron en la capital, Varsovia, al grito de «Hoy refugiados, mañana terroristas». El refinamiento de la extrema derecha en las instituciones, con la renovación y el rejuvenecimiento en sus primeras filas, contrastaba con el matonismo de las imágenes de esas manifestaciones, que reunían desde ciudadanos medios hasta hooligans y toda clase de gente conflictiva, los cuales exhibían bengalas y tifos al más puro estilo ultra.


* * *

Han pasado veinticinco años desde que se iniciara la transición democrática en Polonia. Tras una década errante en la que los datos macroeconómicos llamaban al optimismo y las condiciones de vida empeoraban para muchos, el sistema de partidos de la Polonia democrática, basado en un gran espacio de centro-derecha ocupado por Solidarność y por un gran espacio socialdemócrata ocupado por la refundación del antiguo partido comunista, se hundió por el desgaste de las reformas. Lo cierto es que la euforia inicial del derrocamiento del gigante socialista se fue diluyendo hasta que, en el arranque del nuevo siglo, se abrió un nuevo espacio para opciones populistas que proponían volver a la seguridad de la colectividad del pueblo, de la identidad y de la religión de una Polonia más justa, equitativa y solidaria. De entre todas las nuevas organizaciones que quisieron ofrecer una alternativa nacional y socialista a la deriva liberal de la democracia polaca, Ley y Justicia fue el mejor estructurado, el que disponía de mejores políticos y estrategas, y el que trazó con una mayor claridad un discurso efectivo para una revolución nacional que inaugurara una IV República. Hasta ahora, podía achacarse el éxito del PiS a la inestabilidad del sistema político, pero desde hace algunos años la reorganización del panorama político parece haber culminado en un nuevo horizonte para la política en Polonia. Lo verdaderamente dramático es que ese nuevo sistema de partidos haya cristalizado con el hundimiento definitivo de la socialdemocracia, la lucha intestina entre los restos «liberales» de Solidarność, y la hegemonización total de las opciones fascistas en un estado que vivió durante casi medio siglo en una sociedad socialista.




[1] Robert Bideleux y Ian Jeffries, A History of Eastern Europe. Crisis and Change, Routledge, New York, 2007, p.517

[2] Magdalena Bukow, “The Solidarity movement in Poland. Its History and meaning in collective memory”, The Polish Review, n.58, N.2, 2013, p.4

[3] Timothy Garton Ash, The Polish Revolution: Solidarity, Granta Books, Londres, 1991, p.7

[4] Magdalena Bukow, Idem, p.5

[5] Jak robotnicy tworzily 21 postulatów, 17.08.1980

[6] Paweł Stefan Załęsky, “«Self-governing Republic» in the thought of the Solidarity movement in Poland: why Solidarity was not a civil society”, Working papers on Solidarity movement, Grupa Badawcza Solidarność — Nowe Podejścia do Analizy Ruchu Społecznego, n.7, 2013, p.5

[7] Jeffrey Sacks, “Shock Therapy in Poland: Perspective of five years”, The Tanner Lectures on Human Values, University of Utah, 1994, p.267

[8] Ídem, p.272

[9] Barbara B. Balser, “Poland: Democracy and the challenge of extremism”, Anti-Defamation League, 2006, p.17

[10] Eva A. Golebiowska, The many faces of tolerance. Attitudes towards diversity in Poland, Roudledge, New York, 2014, p.112

[11] Barbara B. Balse, “Poland…”, Idem, p.17

[12] Robert Michael, Phillip Rosen, Dictionary of Anti-semitism: From the earliest times to the present, Scarecrow Press, 2007, p.70

[13] Jan Karski, The Great Powers in Poland: From Versalles to Yalta, Rowman & Littlefield, Londres, 2014, p.74-75

[14] Ludolfo Paramio, “La doble transición en Polonia”, en el Seminario sobre Transición y Consolidación Democráticas 2001-2002, FRIDE, Madrid, 2002, p.10

[15] Szymon Bachrynowski (ed.), “Populism in Central and Eastern Europe. Challenge for the future?”, Heinrich Böll Stiftung, Varsovia, 2012, p.13

[16] Charles Gati, “Backsliding in Central and Eastern Europe”, Quarterly Journal, House Foreign Affairs Committee, p.112

[17] Paweł Bronśki, “Czy PO wytryzma ataki innych partii”, 21 de setiembre de 2005

[18] Adam Easton, “Beata Szydło, polish miner’s daughter set to be PM”, BBC, 26.10.2015

[19] Parliamentary Elections on Poland, 25th october 2016, Fondation Robert Schumann

[20] Idem, p.3


 
 
 

Comentarios


The Science & 

Mathematics University

© 2023 by Scientist Personal. Proudly created with Wix.com

  • Facebook Clean Grey
  • Twitter Clean Grey
  • LinkedIn Clean Grey
bottom of page