La supervivencia de la extrema derecha en la Serbia del siglo XXI
- JORDI CUMPLIDO
- 28 dic 2015
- 21 Min. de lectura

Manifestación de hooligans serbios contra la marcha del orgullo gay por las calles de Beogrado, en una fecha reciente
Empecé a escribir La última encrucijada balcánica. La transición fallida en Serbia (1999-2012) porque quería responderme a una pregunta: ¿Por qué una década y media después de la caída del régimen autoritario de Milošević, Serbia sigue contando con una extrema derecha organizada y fuerte y unos valores sociales reaccionarios? La respuesta fue un extenso monográfico que va camino de convertirse en una tesis doctoral, en la cual abordo el fracaso de la transición democrática y liberal en Serbia, en un plano político, social y económico. A continuación se ofrece la adaptación de uno de los capítulos, dedicado en este caso a la reorganización y el auge de las organizaciones de extrema derecha y la pervivencia de unos valores conservadores y reaccionarios en el seno de la sociedad serbia.
REORGANIZACIÓN Y AUGE DE LA EXTREMA DERECHA
Era domingo, 17 de febrero de 2008. Una enorme escultura con las letras en inglés «Newborn» era rodeado al anochecer en el centro de Priština, capital de Kosovo, por una multitud borracha de euforia. Miles de albaneses se agolpaban en torno a las letras amarillas para firmar en ellas, dejar acaso alguna inscripción que quedara para el recuerdo, para siempre, conscientes de ser protagonistas de carne y hueso de una fecha para la historia que había alumbrado un nuevo estado en el mundo. Entre las banderas rojas con el águila negra del estado del Albania se mezclaban las banderas de Estados Unidos, mientras algunos albaneses colgaban carteles con el rostro de Bill Clinton, presidente norteamericano durante los bombardeos de la OTAN de 1999, y muchos otros entonaban cánticos como el «God Bless America»[1]. Los coches rodeaban la marea dando con el ruido de sus claxon un tono más lúdico y eufórico a la fiesta de la independencia.
El mismo día, una granada de mano estallaba cerca de un edificio oficial de la comunidad internacional al norte de Mitrovica, ocasionando daños materiales en una acción que se repetiría en los días siguientes. El ambiente en el norte de Kosovo estaba caldeado, con incidentes puntuales y grandes manifestaciones, como la que concentró 10.000 personas en Mitrovica el 18 de febrero, y 5.000 estudiantes en la misma ciudad al día siguiente[2]. En Belgrado, el clamor contra la independencia de Kosovo se hizo sentir en una manifestación patrocinada por el gobierno en la que 150.000 serbios caminaron hacia la catedral de San Sava para celebrar una oración conjunta. Durante el trayecto se hizo palpable el elevado estado de tensión, con gritos y cánticos, quema de banderas, e incluso un discurso del primer ministro Koštunica en el que aseguró que «mientras vivamos, Kosovo será Serbia». La jornada acabó con la quema de la embajada norteamericana por parte de algunos centenares de radicales[3].
Resulta harto complicado intentar explicar lo que significó el 17 de febrero de 2008 para el pueblo serbio. Quizás la expresión que mejor lo defina sea la utilizada por un periodista norteamericano al hablar de «amputación sin anestesia»[4], un sentimiento entre el dolor y la impotencia que parecía culminar trágicamente aquella sensación largamente conreada de agresión internacional contra Serbia. Muchos serbios miraban aquellos días de febrero por el retrovisor, divisando a lo lejos, en el horizonte, el punto de partida de un camino iniciado veinte años atrás por Slobodan Milošević, precisamente en los campos de Kosovo, y lo que veían era un sendero lleno de cadáveres que se iba estrechando cada vez más. Al final, todo había sido en vano, y después de cuatro guerras y un bombardeo, Serbia no había ganado ninguno de los territorios irredentos y había perdido por el camino Montenegro y Kosovo.
Qué duda cabe de que la independencia de Kosovo espoleó de nuevo el nacionalismo serbio más visceral, reavivando una parte de la extrema derecha que llevaba algunos años reorganizándose en la Serbia post-Milošević. El grupo más activo y radical había nacido en 2001 de las entrañas de la Universidad de Belgrado, donde algunos intelectuales y un puñado de estudiantes se organizaron en torno a las siglas Movimiento Patriótico Serbio Obraz. Se definieron bajo la etiqueta de «nacionalismo sansavista[5]» y fueron liderados por Nebojša Krstić, uno de los ideólogos religiosos más activos en los ambientes literarios teológicos más reaccionarios de la Serbia de los años noventa. Obraz presentó como carta fundacional una polémica declaración «contra los enemigos de Serbia» que daba cuenta de los límites de su pensamiento:
LOS SIONISTAS (JUDÍOS RACISTAS ANTI-CRISTIANOS): Es por eso que perdieron la divinidad, la fe y la razón. Empezaron a ser errantes y a robar otras naciones hasta quedarse sin la suya por su propia culpa. Desde los fariseos a los saduceos, hasta los cabalistas y maniqueos, a la masonería y los Iluminati —tomaron su marcha contra Cristo y los cristianos. El deseo loco de gobernar el mundo les anima, organizando y financiando las guerras más grandes y sangrientas del mundo y revoluciones que mataron a millones de personas.
USTAŠAS: No debemos olvidar nunca sus atrocidades infernales contra cientos de miles de serbios en Jasenovac, Jadovno, Glinski, Prebilovci, Medacom y otros mártires serbios. Vengaremos, con la voluntad y la ayuda de Dios, las Operaciones «Relámpago» y «Tormenta»[6] y liberaremos a todos los países de la patria serbia que han sido secuestrados y profanados temporalmente con el apoyo de los villanos del mundo.
TERRORISTAS ŠIPTARI [ALBANESES]: ¿Vosotros, que sois una civilización vergonzosa de Europa, alegáis que la Vieja Serbia —Kosovo y Metohija— es vuestro? Pero, ¿están los derechos históricos de vuestro lado? ¡Claro que no! Por eso se esfuerzan en suprimir la parte más sagrada de la patria serbia, cualquier rastro de serbianidad y ortodoxia, cometiendo en conjunto con los invasores euroatlánticos crímenes crueles contra los serbios que quedan.
PERVERTIDOS: Sus ojos llenos de deseos enfermos se dirigen hacia nuestros niños, mientras que bajo el disfraz de los derechos humanos y las libertades civiles están tratando de mostrar su perversión como algo normal a sí mismos como una especie en peligro de extinción. Tanto si son maricones, como pedófilos, sodomitas, transexuales o bisexuales, deben saber que si no se arrepienten de su perversidad no habrá ni gracia humana ni divina[7].
La lista se extendía con musulmanes extremistas, criminales, drogadictos, sectas, y «falsos pacificadores». Ese fragmento presenta de forma suficientemente gráfica el carácter radicalizado y retardatario de los principios del movimiento que se movían de forma heliocéntrica entorno al territorio y la religión. Tales ideas expresadas de esta forma parecían un auténtico anacronismo a principios del siglo XXI, y aunque pudieran ser marginales, convergían con muchos otros grupúsculos de extrema derecha y, todos ellos a su vez, pivotaban en torno a los principios que podía defender de una forma menos vetusta el Partido Radical de Šešelj. De hecho, debido al florecimiento de nuevas organizaciones como 1389 y Naši, en 2006 y 2007 Obraz se radicalizó aún más lanzándose a las calles en marchas neonazis con el grupo Krv i Čast (Sangre&Honor) y protestando enérgicamente en 2008 contra la independencia de Kosovo y la detención del ex presidente de la Republika Srpska, Radovan Karadžić. También en ese período se desarrolló una organización nacida en 1999 bajo el nombre de Dveri Srpske (Puertas Serbias) que inicialmente fue un foro intelectual de signo nacionalista y religioso, pero que acabó siendo un partido político que lograría en las parlamentarias de 2012 un 4% de los votos[8].
La mayoría de esas organizaciones se enmarcaban en el espacio de la refundación de la extrema derecha en la Serbia de los noventa, cobijados por el paraguas de la Nova Srpska Denica (Nueva Derecha Serbia) creada por Dragoš Kalajić. Esa agrupación recogía los corrientes de la extrema derecha europea del momento, como la Nouvelle Droite de Alain de Benoist o el Neo-Eurasianismo ruso de Alexander Dugin, quien por cierto visitó al líder del Partido Radical Serbio, Tomislav Nikolić, durante la campaña electoral de 2008[9]. Por lo tanto, el avance de las reformas en los sucesivos gobiernos de la era post-Milošević fue contestado por una creciente radicalización de parte de la sociedad serbia, que percibía los cambios operados en el marco de la transición democrática —avance hacia la integración europea, colaboración con el TPIY, pérdida de territorios históricos, laicización del estado, extensión de los derechos civiles— como una agresión a las esencias nacionales. Aunque la mayoría de esos grupos pudieran parecer marginales en la vida política, ocupaban un amplio espacio público generando un ambiente de inseguridad y amenazando el proceso reformista[10].
Si bien puede establecerse una línea divisoria entre los grupos cristianos del estilo de Obraz o 1389, y las organizaciones racistas neo-nazis como Krv i Čast y Nacionalni Stroj, ambas compartían la exacerbación nacionalista y la oposición a los valores democráticos. El 7 de octubre de 2007 caminaron unos al lado de los otros en la «Marcha por la Unidad Serbia» en Novi Sad, en una de las grandes demostraciones de fuerza de la extrema derecha serbia desde la caída del antiguo régimen.
Quién mejor podía sintetizar esa amalgama ideológica extremista era el SRS. Los radicales habían experimentado un creciente apoyo popular sólo cercenado por las coaliciones de gobierno que tenían como único objetivo vetar el acceso del partido de Šešelj al poder. Aunque el resto de fuerzas democráticas podían, eventualmente, ensamblar coaliciones que consiguieran apartar a los radicales del poder, el apoyo popular creciente a las propuestas del SRS era una evidencia, e inquietaba en la escena doméstica e internacional. Más incluso cuando, algunas veces, no se podía utilizar ese veto como en el caso de la victoria de la candidata radical Maja Gojković en la alcaldía de Novi Sad en 2004.
UNA RESPUESTA AL PROYECTO REFORMISTA FALLIDO
En un estudio publicado en 2008 a partir de la base de datos ofrecida por encuestas realizadas a la población serbia entre 2002 y 2007, se estimaba que a diferencia del apoyo al nacionalismo de finales de los años ochenta, donde se espolearon las pasiones más irracionales, el renovado apoyo a las fuerzas extremistas se debía a la experiencia subjetiva de los ciudadanos durante la transición democrática. Eran esos «perdedores» de la transición, aquellos sectores que sentían que debido a su perfil —con bajos niveles educativos, avanzada edad, procedencia rural— quedaban excluidos del nuevo sistema de competencia capitalista, los que preferían votar por un partido como el SRS que promocionaba un estado corporativo que protegiera a los sectores más desfavorecidos[11]. Según el estudio, el 77% de los «ganadores» de la transición consideraban la democracia como la mejor forma de gobierno, mientras que solo el 30% de los «perdedores» apoyaba la etapa reformista.
Lo esencial aquí es comprender que el apoyo a opciones extremistas se vuelve, en la primera década de los 2000, en algo «racional», y el abandono del SRS de aquel mensaje más chovinista de los años noventa y su adaptación programática a cuestiones más pragmáticas, como los estándares de vida, el empleo y la justicia social, explican su auge entre el electorado. Así, los radicales de Šešelj se mantenían inflexibles en las cuestiones territoriales, y sin duda la independencia de Kosovo marca un repunte del éxito del SRS entre el electorado gracias a su discurso entorno a la unidad serbia, pero mientras que esas organizaciones fascistas y neonazis se quedaban rezagadas en un discurso anacrónico, el SRS basaba su éxito en su capacidad de adaptación a la nueva coyuntura política.
El ascenso radical no hace sino señalar el desencanto de la sociedad serbia respecto a las reformas. Sin duda, el «sistema político bloqueado» según el cual el resto de los partidos excluían del poder a la fuerza más votada, el SRS, extendía entre la población la sensación de que, en el fondo, el nuevo período político abierto en octubre del 2000 mantenía las deficiencias democráticas de un estado unipartidista, donde en este caso el bloque DS-DSS, con el eventual apoyo del SPS, se perpetuaban en el poder conservando prebendas, privilegios y clientelismos varios. En ese contexto, la corrupción pasó a formar parte de una de las principales preocupaciones de la sociedad serbia, con graves consecuencias.
La histórica líder serbia pro-derechos civiles Vesna Pešić publicó en 2007 un extenso y detallado artículo sobre la corrupción en la Serbia post-Milošević, en el cual concluía que a pesar de haber puesto en marcha leyes anti-corrupción, sus resultados eran insuficientes. Según el estudio, durante los dos primeros años de la transición, la corrupción mostró un declive notorio, pero tras el asesinato de Đinđić y la caída del gobierno del DS, la «captura del estado»[12] volvió a tomar proporciones alarmantes. Junto a las valoraciones del Banco Mundial que alertaban de ese aumento de las prácticas corruptas en Serbia se extendía esa sensación entre la ciudadanía. En 2007, el 56% de la población creía que la corrupción era algo generalizado[13].
En el período 2004-2008 el gobierno Koštunica desarrolló un cuerpo de leyes anti-corrupción que tuvieron, sin embargo, un impacto limitado, al no ir acompañadas de las reformas necesarias para consolidar la implementación democrática en las instituciones. Pešić atribuye ese aumento de la corrupción al alejamiento de Serbia respecto de la integración europea durante ese período, con lo que la regeneración democrática exigida por Bruselas pasó a un segundo plano, y se priorizaron las cuestiones nacionales como Kosovo. Durante esos años se produjeron sonados escándalos como el del vicegobernador del Banco Nacional de Serbia, el de la privatización de una empresa de agua mineral, o el de una multimillonaria inversión para importar electricidad y petróleo desde Siria que implicó a varios financieros vinculados a partidos políticos[14].
Una de las consecuencias más graves de esa situación fue el crecimiento alarmante del abstencionismo entre la sociedad serbia. Sin duda, eso no puede achacarse solamente a la corrupción, si tenemos en cuenta el agotamiento de una población sometida durante casi dos décadas a una politización radical de la vida pública, pero la apatía política tenía mucho que ver con la insatisfacción popular respecto del sistema de partidos. Era, de hecho, un castigo a los partidos, que benefició en buena medida al SRS. Si analizamos fríamente los resultados, vemos una correlación entre el descenso de la participación y el ascenso del Partido Radical. Eso se explicaría, en parte, por el desencanto de esa parte de la sociedad cercana al modelo liberal del DS, que tenía depositadas altas expectativas en la regeneración democrática y que decidió castigar a esos partidos por su fracaso en la reforma del sistema político. En cambio, el electorado del SRS, menos exigente con los cánones democráticos, estaba formado por votantes más decididos o que bien querían castigar a los partidos reformistas.
Los procesos políticos y sociales en Serbia indicaban, en 2007-2008, al término de la legislatura del segundo gobierno democrático y en plena crisis de Kosovo, que la transición serbia era a todas luces un proyecto fallido. El país se movía en las coordenadas políticas entre el social-nacionalismo y el euro-liberalismo, pero faltaban opciones centristas —un gran partido socialdemócrata y otro de centroderecha— que estabilizaran el escenario y consensuaran políticas reformistas y de consolidación del régimen democrático. Por el contrario, Serbia era un estado absorbido por los grupos de interés, corrompido, inmerso en la lucha entre los partidos democráticos, amenazado por el auge de la extrema derecha ultranacionalista, sumido en la apatía política, carente de sociedad civil organizada. Dicho de otro modo, el mito del 5 de octubre del 2000 se había ido diluyendo y ya no quedaba esa sensación de ruptura entre la Serbia de Milošević y la Serbia post-Milošević.
De hecho, el nuevo régimen alumbró la lucha entre dos mundos, entre lo viejo y lo nuevo, entre un sistema de valores conservadores y tradicionales conreado en la Serbia nacionalista de los noventa que ahora luchaba por sobrevivir, y una nueva concepción moderna y abierta que trataba de abrirse paso a costa de todo lo anterior. Eran de alguna forma reinos incompatibles y excluyentes, y aunque las nuevas autoridades hicieran esfuerzos por legislar uno u otro aspecto de la vida social era imposible suplantar unos valores tan enraizados por otros nuevos.
IGLESIA ORTODOXA Y CONSERVADURISMO SOCIAL
Una de las cuestiones centrales de la transición fue la incertidumbre respecto a la evolución de las relaciones entre la iglesia, la sociedad y el estado. En particular, porque la iglesia serbia ortodoxa había formado parte del entramado intelectual que había propagado el discurso nacionalista y belicista sosteniendo el régimen de Milošević. Puesto que la confesión ortodoxa ha mantenido históricamente unos vínculos muy estrechos con el Estado, sufrió especialmente el ostracismo de la laicización de la Yugoslavia comunista de Tito. Y puesto que el nacionalismo serbio se fundamenta en el mito de Kosovo y hunde sus raíces en la centralidad de la iglesia como organizadora de la sociedad, esta encontró en el estado nacionalista de Milošević un aliado para recobrar su unidad y su vigorización. Por eso cuando Milošević se encumbró en los campos de Kosovo en 1989 la iglesia serbia ortodoxa presentó «Una propuesta para el Programa Nacional de la Iglesia Serbia» en el que apoyaban al nuevo líder serbio y coincidían «en utilizar la energía democrática y el potencial espiritual del pueblo serbio, que ha empezado de nuevo a pensar independientemente, y a determinar su destino»[15].
El 1 de diciembre de 1990 Gojko Stojčević fue pontificado como Patriarca Pavle, y se convertiría durante la siguiente década en el jefe religioso más influyente de la historia moderna serbia, solo equiparado al obispo Nikolaj Velimirović (1881-1956). Durante su mandato la iglesia estrechó sus lazos con el estado y apoyó las campañas bélicas en Croacia, Bosnia y Kosovo, con reiteradas encíclicas en las que defendía el proyecto de la Gran Serbia y acusaba a los croatas, musulmanes y albaneses de intentar exterminar al pueblo serbio. Solo cuando Serbia dejó de prestar apoyo a la Republika Srpska de Bosnia el patriarcado empezó a distanciarse de Milošević:
Se deben cumplir ciertas condiciones para que los serbios puedan restaurar su propio estado. Si los altos representantes del gobierno no son ortodoxos, eso es, si no mantienen vínculos espirituales con la iglesia serbia ortodoxa, no atienden los servicios religiosos, no toman la Comunión, no celebran la Slava, no invitan a un cura a bendecir con el agua sagrada, y si rechazan santiguarse, entonces no pueden ser representantes serbios legítimos. Aunque puedan gobernar en Serbia, el pueblo no los aceptará como tales, igual que los turcos gobernaron Serbia durante siglos sin haber sido sin ser jamás estadistas serbios…Afortunadamente, algunos estados serbios presentan un total respeto por la insignia Serbia, como la república serbia de la Krajina y la república serbia en Bosnia. Esos estados adoptan la bandera serbia ortodoxa, su insignia, el himno nacional. Sus líderes atienden los servicios religiosos, y celebran la Slava, introducen la instrucción religiosa en las escuelas, mantienen la administración en cirílico, y respetan al clero ortodoxo como guías espirituales, no como enemigos. Solo el tiempo dirá si Serbia y Montenegro devendrán un estado serbio[16].
Por eso la iglesia jugó también un papel importante en el movimiento de oposición que acabó derribando a Milošević en el 2000. Sin embargo, la institución enfrenta en el siglo XXI enormes desafíos que amenazan su posición social. El resultado de las guerras yugoslavas de los años noventa había sido la desintegración de la nación serbia y eso, más aún con la incertidumbre que presentaba la situación de Kosovo, convertía el ideal político de la nación-estado-iglesia en una utopía[17]. El Patriarca Pavle mantuvo un discurso centrado en la cuestión nacional, enfrentándose sobre todo a la situación en Kosovo y al cisma de la iglesia ortodoxa macedonia. En 2007 su salud empeoró debido a su edad avanzada y perdió las funciones de representación aunque se mantuvo activo en su actividad política e intelectual hasta su muerte en 2009. Aunque fue acusado de promover el filetismo[18], su figura permanece en la memoria colectiva del pueblo serbio como la personalidad más influyente en el ámbito espiritual, respetado por su perfil teórico y por su estilo de vida que fue, hasta el último día, expresión de austeridad.
El relevo en la jerarquía de la iglesia exigía relegar la cuestión nacional, que por otra parte iba perdiendo fuelle en la agenda política nacional y el interés en la sociedad, y subordinarla a otros desafíos más trascendentales. El gran problema al que se enfrenta la iglesia serbia ortodoxa en el nuevo siglo tiene que ver con el proceso de secularización de la sociedad. Es, en realidad, una tarea de la iglesia ortodoxa en general que tiene que ver con el rápido desarrollo del paradigma socio-cultural de la posmodernidad. En Serbia, la apertura del estado hacia la democracia y la lenta pero firme integración de la sociedad en la globalización mundial le hicieron permeable a la asunción de nuevos valores y patrones culturales en esa dirección.
El nuevo paradigma de la posmodernidad que se transmitió desde las sociedades desarrolladas occidentales es un largo proceso sociológico en el que los valores de la modernidad establecidos desde el siglo XIX, basados en la razón, el progreso, la ciencia, la democracia y la nación, son desplazados por un nuevo sistema en el que a través de nuevos valores como la comodidad, la diversión, el hedonismo, la juventud y la movilidad los individuos rechazan la complejidad que supone alcanzar el conocimiento y prefieren la superficialidad, lo cual desenlaza en la muerte de las grandes ideas, los mitos y las creencias. En la nueva sociedad se rinde culto a la individualidad y se pone en valor la multiculturalidad y el pluralismo, un pluralismo entendido como la fragmentación de las ideas que, aunque sean opuestas, pueden ser fácilmente asumibles por un mismo individuo.
En el plano religioso, la consecuencia de todo eso es la secularización entendida como declive de la significación social de la religión. En realidad, la posmodernidad no ataca a la religión sino a la iglesia en tanto que institución social, preconizando la sustitución de las confesiones clásicas por las sincréticas, esotéricas, ocultistas, religiones sin dogma y sin culto con las que un individuo puede crear su propia religión tomando valores diferentes de confesiones distintas, o incluso asumiendo solamente un sistema de valores y rituales que no esté necesariamente sujeto a un Dios: una religión sin Dios, una religión civil[19]. En la nueva coyuntura, la iglesia serbia ortodoxa, que había mantenido en el plano social unos dogmas especialmente conservadores, se enfrentaba a ese doble proceso de, por un lado, la apertura, liberalización, democratización y, en términos eclesiásticos, relajación de las costumbres, y por otro lado de secularización de la sociedad serbia.
La respuesta de la jerarquía ha sido vacilante. Así, por ejemplo, en cuanto a la orientación ideológica de la iglesia respecto de la democracia ha habido diferentes posiciones que, en muchas ocasiones, marcaron una involución respecto de la relación con el nuevo estado. Es el caso del sustituto del Patriarca Pavle, Amfilohije Radović, que se opuso frontalmente al concepto de democracia liberal occidental y defendió las ideas de la teocracia y la democracia cristiana, es decir, una organización estatal en la que la autoridad política esté subordinada a la autoridad divina, religiosa[20]. Por otro lado, en las cuestiones sociales sí se ha podido observar un cierto aperturismo que responde a la voluntad de la jerarquía eclesiástica de acompasar su paso con el propio desarrollo político y social del país, algo que puede leerse muy bien en el cambio de actitud de la iglesia serbia ortodoxa respecto su talón de aquiles en la última década: la cuestión de la homosexualidad. Poco después de haberse establecido el nuevo régimen democrático la jerarquía cambió la extrema dureza en el trato de esa cuestión por la ignorancia, eliminando el término de la Enciklopedija Pravoslavjla (Enciclopedia de la Religión Ortodoxa) y adoptando la política de «odia el pecado, ama al pecador».
Por otro lado, algunos expertos aseguran que la iglesia eclesiástica nunca había disfrutado de tantos privilegios como con algunos gobiernos del nuevo régimen. En concreto, en la legislatura Koštunica la institución aumentó considerablemente su poder adquisitivo multiplicando la construcción de nuevos edificios religiosos, y empezó a negociar la recuperación de las propiedades eclesiásticas nacionalizadas que estaban valoradas en 70.000 hectáreas y 1.181 edificios[21]. Con el mantenimiento de su posición económica, la iglesia serbia ortodoxa ha conseguido mantener también su posición social, presentándose ante la amenaza de la globalización y la posmodernidad como pastor del pueblo serbio en una coyuntura de desorientación nacional provocada por la desintegración territorial y su avance hacia Europa. Las estadísticas muestran que a pesar de todos los desafíos, la iglesia ortodoxa sigue siendo la institución más influyente en la sociedad serbia hoy en día.
HERENCIA Y PERMANENCIA DE LOS VALORES SOCIALES REACCIONARIOS
De todos modos, lo que fue quedando claro a medida que avanzaba la transición y sus reformas era que la retradicionalización de la sociedad serbia en la era Milošević había sido demasiado profunda para que los cambios políticos, por si solos, consiguieran socavar esos valores anclados en el conservadurismo. La permanencia de esos viejos vicios se manifestaba a menudo de forma dramática, y parecía como si de pronto esa Serbia de grandilocuentes discursos de modernización y europeísmo volviera veinte años atrás. Sucedió la noche del 12 de octubre de 2010 en el partido de la Eurocopa que enfrentaba, en Génova, a las selecciones de Italia y Serbia. Durante toda la jornada grupos de hooligans organizaron una auténtica guerra de guerrillas en la ciudad protagonizando destrozos y altercados, y a pesar de las fuertes medidas de seguridad de la policía italiana que, ya dentro del estadio, encerró a los hooligans serbios tras una red de protección y un muro transparente de cinco metros, dos de sus jefes se encaramaron a lo más alto y arengaron a sus acólitos que empezaron a arrojar bengalas y explosivos a los aficionados italianos y dentro del campo. El partido duró seis minutos, y después de ser suspendido, el infierno genovés se prolongó hasta entrada la madrugada. Finalmente, la policía italiana encontró, escondido en el maletero de un autobús, al líder de los hooligans serbios, un robusto joven lleno de tatuajes llamado Ivan Bogdanov.
La historia de la relación entre hooligans, política y violencia arranca precisamente del período de la desintegración yugoslava y tiene que ver, en Serbia, con ese entramado político-mafioso-paramilitar que tenía como cerebro al ministerio de Interior. En 1989 el jefe de la seguridad estatal, Jovica Stanišć, recomendó a Milošević utilizar a los hooligans más temidos de Serbia, los Delije (Héroes) de la Estrella Roja de Belgrado, como fuerza de choque en un momento en el que el discurso belicista se extendía rápidamente por Yugoslavia. Su plan era controlar y disciplinar a esos jóvenes, que hacía ya algunos años que habían radicalizado su discurso patriótico. Para ello escogió al jefe mafioso más reputado del país, Arkan, y se inició así un fenómeno donde se mezcló el nacionalismo, el gansterismo, los negocios y la explosiva situación social del país. Cuando empezaron las guerras, los hooligans fueron movilizados en las unidades paramilitares que combatieron aguerridamente en Croacia y en Bosnia.
El ecosistema en el que todo eso fue tomando cuerpo era esa Serbia impregnada de discurso patriótico y economía deprimida en el que creció el fenómeno de los youngsters, jóvenes arrojados a la marginalidad de un paro estructural para los cuales resultaba muy atractiva la cultura del dinero fácil y la criminalidad. Se trataba de una ruptura generacional entre la generación que vivió los años de Tito, donde el trabajo y el esfuerzo eran valores centrales, y esa nueva generación que escuchaba turbo-folk e idolatraba esos jefes mafiosos que ganaban dinero fácil y se movían en lujosos coches deportivos rodeados de mujeres explosivas. El fútbol propició a esos jóvenes un espacio donde exteriorizar su patriotismo y su ira, y cuando Arkan formó su unidad paramilitar, reclutó a sus guerreros entre los hooligans más aguerridos[22]. Nació así el fenómeno de los hooligans-soldado como algo concreto, la movilización de los hinchas violentos en las trincheras yugoslavas, pero también como fenómeno social, la expresión de una sociedad regida por los valores conservadores y patrióticos cuya juventud encontró en la violencia una válvula de escape a la devastación social y económica.
Cuando acabaron las guerras, esos hooligans fueron desmovilizados, y muchos siguieron la suerte de esos mafiosos reintegrados en las filas de la seguridad estatal, mientras muchos otros siguieron extendiendo la violencia en los estadios de fútbol. De hecho, eso solo puede entenderse en la medida en que los hooligans no acabaron de ser nunca un instrumento político como lo pretendía Stanišić, y si bien fueron útiles al régimen durante muchos años, cuando este empezó a derrumbarse esos ultras empezaron a focalizar sus iras en el presidente Milošević. El 26 de julio de 2000, durante un partido europeo entre la Estrella Roja y el equipo georgiano Torpedo Kutaisi, los Delije iniciaron un cántico cruel que recordaba el suicidio de sus padres: «Haz un favor a Serbia, Slobo, y mátate»[23]. Las mismas frases que repetirían, unas semanas después, entre las masas agolpadas delante del parlamento el día que cayó Milošević. Por lo tanto, el hooliganismo tenía su propia lógica, una vida independiente, y siguieron actuando en el nuevo régimen con todo lo que habían heredado la década anterior.
En tanto que el 5 de octubre de 2000 no consiguió desmontar ese entramado mafioso de las estructuras del estado, la nueva Serbia democrática continuó padeciendo ese particular fenómeno que vinculaba a los hooligans con la delincuencia, el patriotismo y los negocios sucios. A pesar de los intentos de los gobiernos por legislar contra la práctica violenta en los estadios, la herencia de los conflictos étnicos, el patritotismo y la debilidad institucional han favorecido el mantenimiento de la violencia hooligan, que hoy en día sigue siendo uno de los principales problemas de orden público en el país. En 2003 el gobierno demócrata aprobó la Ley de Prevención de la Violencia en el Deporte que se homologaba a la legislación europea. El problema fue cómo implementarla. En 2010 el ministerio de Justicia presentó unos datos preocupantes: sólo el 2,4% de los casos de violencia en eventos deportivos habían acabado en los juzgados. La cifra ponía de manifiesto la falta de voluntad política en erradicar el problema[24].
Desde luego, los hooligans serbios no han dejado de adornar sus fechorías con barnices políticos, y su actividad ha estado estrechamente vinculada a esos nuevos grupúsculos de extrema derecha que florecieron con el cambio de régimen. Junto a organizaciones como Obraz y SNP-1389 extendieron la violencia en el espacio público enalteciendo los valores patrióticos y cristianos concretados en los temas coyunturales de la política serbia, como podía ser la integración a la Unión Europea, la independencia de Kosovo, el arresto de los criminales de guerra y el reconocimiento de los crímenes de los años noventa. Pero si por algo se destaca el movimiento hooligan en los últimos años es por haberse convertido en el frente más enérgico de lucha activa contra los derechos LGTB (Lesbianas, Gais, Transexuales y Bisexuales).
El 10 de octubre de 2010 unos seis mil extremistas se concentraron en Belgrado contra la Marcha del Orgullo Gay, pero a diferencia de años anteriores, esta vez estaban mucho mejor organizados: los líderes de Obraz y de los principales grupos de hooligans (los Delije de la Estrella Roja y los Grobari del Partizan) se estructuraron como una auténtica guerrilla dispuestos a convertir el centro de la capital en un reino de caos y violencia. Así, por ejemplo, había sujetos sacando fotos de los rostros de los participantes en la marcha, mientras otros rodeaban con sus motos al dispositivo policial informando a sus capos en qué puntos su presencia era más débil[25]. En varias ocasiones intentaron romper el cordón policial y, después de incendiar una parte de la sede del Partido Demócrata, intentaron avanzar hacia la calle Takovska para asaltar la Radio-Televisión Serbia. El infierno en el que se convirtió aquella jornada marcó un punto de inflexión en esta cuestión, y la virulencia ha ido en declive por el fortalecimiento de las organizaciones LGTB y por el esfuerzo del gobierno pro-europeísta del SNS de redoblar la seguridad en eventos de este tipo —algo que, por cierto, muchos consideran un acto de hipocresía del primer ministro Vučić para quedar bien con sus socios europeos.
[1] The New York Times, 18.2.2008
[2] United Nations Security Council Report, may 2008
[3] The Guardian, 22.2.2008
[4] International Herald Tribune, 25.2.2008
[5] Sansavismo: corriente nacional-religiosa serbia que aúna el fenómeno de la lucha del pueblo serbio por su supervivencia con el mito religioso que ampara y justifica esa lucha. Toma el nombre de San Sava, príncipe serbio que en el siglo XIII promocionó la religión ortodoxa en el reino serbio.
[6] Operación «Relámpago» y Operación «Tormenta»: operaciones militares llevadas a cabo por el estado croata contra la minoría serbia en Croacia durante 1995, que llevó a la muerte y al exilio a miles de personas ante la pasividad de la comunidad internacional.
[7] “Srbskim Neprijateljima”, Manifests del Moviment Patriòtic Serbi Obraz
[8] TOMIĆ, Djordje “On the ‘right’ side? The radical right in post-Yugoslavia area and the Serbian case”, Jornal of Comparative Fascist Studies, 2013, p.110-111
[9] DEVURIĆ, Sava, “History of Organized Fascism in Serbia”, Notes from the Steppe, 2013, p.8
[10] WIESINGER, Barbara N., “The continuing presence of the extreme right in post-Milošević Serbia”, Balkanologie, Vol.X, n.1-2, 2008, p.2
[11] SPASIĆ, Ivana, “Serbia 2000-2008: A changing policial culture?”, Balkanologie, Vol.XI, n-1-2, 2008, p.6
[12] Captura del estado: término que designa el pago o soborno de los poderes económicos a los poderes políticos para conseguir su favor mediante la creación de leyes que favorezcan a sus intereses.
[13] PEŠIĆ, Vesna, “State Capture and Widespread Corruption in Serbia”, CEPS Working Document, n.262, 2007, P.2
[14] Idem, p.4
[15] ANZULOVIĆ, Branimir, Heavenly Serbia. From Myth to Genocide, New York University Press, New York, 1999, p.221
[16] Eníclica religiosa recogida en RADIĆ, Radmila, “La iglesia y la cuestión serbia”, en POPOV, Nebojša (ed.), The Road to War in Serbia. Trauma and Cartharsis, CEU Press, Budapest, 2000, p.265-266
[17] BIGOVIĆ, Radovan, “The Orthodox Church in the XXI century”, Christian Cultural Center, Belgrade, 2013, p.43
[18] En la confesión ortodoxa se considera una herejía la promoción de la división nacional de la iglesia a partir de su identificación con la nación étnica.
[19] BIGOVIĆ, Radovan, Op.Cit., p.14
[20] Ídem, p.51
[21] “The Serbian Orthodox Church and the new Serbian identity”, Helsinki Committee of Human Rights, Belgrade, 2006, p.6
[22] STEWART, Christopher, Op.Cit., p.131
[23] WILSON, Jonathan, Behind the Curtain. Travels in Eastern European Football, Londres, Orion, p.115
[24] SAVKOVIĆ, Marko, “The Context and Implications of Hooligan Violence in Serbia”, Western Balkans Security Observer, n.18, 2010, p.96
[25] Politika, 11 de octubre 2010
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